Poco antes del regreso de Mahoma a La Meca, en 630, el mensaje coránico cambió y ya se preocupaba mucho de la gestión de la ciudad y, así, eran textos políticos en el sentido de Aristóteles (Ahmed Djebbar, Historia de la ciencia en los países del islam, 2001, p. 33). Además, no se pretendía una ciudad islámica sino multiconfesional; el Estado concebido por Mahoma era teocrático pero de un nuevo tipo destinado a acoger ciudadanos de creencias diferentes al islam; unas estructuras políticas y administrativas que se definieron con mayor precisión durante el periodo omeya (pp. 35-37), y se prolongarían al Califato de Córdoba hasta 1031, y hasta 1492 con el Reino nazarí de Granada.
Se trata principalmente de una civilización urbana y lo que se conoce de ella acentúa este aspecto pues la gente que escribió era citadina y se dirigía a otros citadinos, y poco le interesaban las provincias. Basta con recordar la importancia de ciudades como Damasco, Bagdad, Kairuán, Córdoba y Granada, además de Isfahán, El Cairo y Samarcanda, todas con poblaciones muy eclécticas y diversas, no siempre estructuradas y con el peligro de estallidos sociales lo que planteaba serios problemas a sus dirigentes, y aunque existían estratos sociales antiguos, como los comerciantes, los había nuevos y en crecimiento como los funcionarios, financistas y académicos (pp. 46-47).
Pero aún no hay respuestas confiables sobre estos vínculos eventuales entre las estructuras sociales de la ciudad islámica y su evolución, ni sobre las relaciones sociales entre los artesanos y la producción manufacturera (p. 57). Pero de otro lado, la racionalidad de los teólogos musulmanes se aplico así mismo a los ámbitos jurídico y político con respecto a la vida en la ciudad (p.75) pues al fin y al cabo, como dice Ahmed Djebbar: “Los pueblos más “griegos” en actitud intelectual, después de los griegos, fueron los del Imperio musulmán…” (p. 77) con el interesante agregado de que en ellos las mujeres eran igualmente instruidas y las hijas de los príncipes formadas por maestros (p. 79).
Primero fue el desarrollo de antiguas metrópolis regionales y la creación de nuevas ciudades en ciertos cruces del comercio internacional, lo que estimuló la agricultura y la ganadería en sus alrededores, y molinos para la explotación de los recursos hidráulicos. Son muchas las ciudades y los caminos entre ellas que visitó Ibn Battúta (Tánger 1304-1377), el mayor viajero de la Edad Media y contemporáneo de Marco Polo. Partió de Tánger en 1325 y regresó en 1349, 25 años después, para dictar su famoso libro: Regalo a los que reflexionan sobre las curiosidades de las ciudades y las maravillas de los viajes; pero ya la civilización islámica, estaba en declive a partir del siglo XI.
Las excepciones fueron la astronomía, y la arquitectura, cuyas técnicas de cálculo y procedimientos de construcción geométrica fueron utilizados por siglos en toda la región (p. 199) y es posible que la larga y rica tradición egipcia haya impregnado algunas prácticas locales (p. 129); Mimar Sinän (Agïmas 1490-1578 Estambul) es el arquitecto con más obras en la historia (p. 102) y las contribuciones matemáticas a la arquitectura de Abü al-Wafä (Buzhgan 940-998 Bagdad) y al-Käsï (Kashan 1380-1429 Samarcanda), objeto de estudio en su época, llegaron al siglo XXI (p. 199); Y de todo lo dicho antes al menos algo pasó al Nuevo Mundo en 1492 en sus muchas nuevas ciudades.
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