Se trata de un concepto que viene desde la
antigüedad, de gran importancia para el siglo XXI de frente a la
globalización y a las amenazas del cambio climático, y
que tiene que ver con las ciudades, el
antirracismo y el respeto a las tradiciones culturales. Fueron los
filósofos estoicos los que ya en el siglo III a.
E.C. pensaron en la cosmópolis,
una ciudad universal, donde confluyen personas de diversas culturas, lo que caracteriza a muchas de las actuales,
y los ciudadanos cosmopolitas son
aquellos que suelen viajar a ellas, abiertos
a sus costumbres particulares y que ahora, en las más grandes, vale para sus variados distritos, en los que
las haya, los que por eso mismo
hay que fomentar.
De frente al inmediato futuro es imprescindible
que todos los habitantes de la
tierra, mujeres y hombres, LGBT, jóvenes y mayores, se piensen como ciudadanos de un mundo cada vez más
globalizado en el que cada vez más
cosas afectan cada vez a más personas y el cambio climático a todos. Que sean conscientes de que la
sobrepoblación del planeta y el
consumismo están destruyendo la naturaleza (bosques, selvas, biodiversidad y fuentes de agua dulce),
generando gases de efecto
invernadero desde hace más de un siglo, facilitando pandemias globales como la actual, y que no hay ya ninguna parte
del planeta que se pueda pensar
totalmente aislada e independiente en ningún sentido.
Considerando que ya más de la mitad de la
población del mundo vive en ciudades,
y que en países como Colombia son casi las tres cuartas partes, o que muchas ciudades cada vez son más
grandes, como Cali que ya va para
tres millones de habitantes en su área metropolitana (aun no oficializada), el hecho de que más personas se
piensen como ciudadanos del mundo
es cada vez más importante por lo que significa su comportamiento cosmopolita. Es decir, personas
respetuosas de los demás en
términos políticos, económicos, sociales y culturales, que expresen sus preocupaciones en debates democráticos
sin extremismos y no recurriendo a
bloqueos, violencia y vandalismo.
Personas civilizadas y cultas, necesariamente no
racistas, que entiendan que en el
caso de Hispanoamérica la gran mayoría somos mestizos en diferentes proporciones, que descendemos
de conquistadores españoles y
mujeres indígenas de tribus a su vez desplazadas por otras tribus, luego de colonizadores, muchos ya mestizos, y
mujeres esclavas africanas o,
después, de sus descendientes ya libres. Mestizos que hoy deben luchar porque las diferencias económicas se
reduzcan progresivamente, y que
las oportunidades de todos estén cada vez menos influidas por su apariencia o su clase social, como
pide Reni Eddo-Lodge (Por qué no
hablo con blancos sobre racismo, 2017-2018, p.148).
Desde luego así son ciudadanos de un mundo cada
vez más globalizado, pero muy respetuosos
de los otros y sus diversas y entrañables tradiciones culturales respecto a costumbres, usos, comidas, vestidos,
lenguas y lugares: sus símbolos y monumentos,
los que en las ciudades pasan a
ser de todos independientemente de su historia, la cual por supuesto hay que hacerla ubicar dentro de una historia
común, la que hay que actualizar cada
vez que sea necesario con los nuevos documentos que se vayan descubriendo, y no la inutilidad de derribarlos
ignorando que ya son también importantes hitos urbanos en la memoria colectica de todos los ciudadanos, y
mucho menos si los derriban otros.
Lo urgente de lo sostenible deberá lograr que la arquitectura de nuevo sea bella y eficiente como fue la edilicia de siempre en todas partes. Los nuevos profesionales, formados en las universidades deberán buscar que las técnicas apropiadas para una arquitectura sostenible los lleven a nuevas formas coherentes, en lugar de inventárselas caprichosamente como en la arquitectura espectáculo, o falsamente ecológicas como en mucha de la vendida como “verde”. Para principiar, lo construido debe durar mucho y ser fácilmente adaptable a nuevas distribuciones y usos, como también para su mantenimiento, remodelación a fondo, o el reciclaje final de sus materiales si es del caso. Y su construcción, uso y mantenimiento debe consumir el mínimo de agua y energía y generar el mínimo de contaminación, sobrantes, escombros y desperdicios. El ejemplo a seguir es desde luego la arquitectura tradicional, tan bien adaptada a su clima, paisaje y tradiciones, que hay qu...
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