El comportamiento de la gente en Cali en el espacio urbano público deja mucho que desear y ocasiona buena parte de sus problemas de seguridad y movilidad, y lo que más se oye es el ruido del tránsito, los pitos y sirenas escandalosas, junto con el ruido ajeno de los vecinos irrespetuosos, y por supuesto todo esto está ligado al urbanismo como a la carencia de una cultura urbana que haga de sus habitantes verdaderos urbanitas y ciudadanos responsables en todo lo que tiene que ver con seguridad, movilidad, y con educación cívica que les permita disfrute del espacio urbano público; un mejor comportamiento de todos, para una calidad de vida emocionante y no apenas placentera.
Una cultura urbana basada en el respeto por los otros y sus tradiciones, lo que en una ciudad del tamaño de Cali y con pobladores muy reciente de diversas procedencias, implica respetar lo común de las transculturaciones urbano regionales, y al mismo tiempo tener en cuenta sus diferencias por sectores urbanos, lo que espontáneamente ya se puede vivir cualquier día en la Plaza de Caicedo, sin duda el lugar más auténtico de Cali y el más inevitable ya que a su alrededor están concentradas las principales sedes políticas, económicas, sociales y culturales de la ciudad y sus símbolos históricos, y además desde allí se pueden admirar los geográficos, como lo son sus ríos, los cerros y la cordillera.
Se trata de lograr formar verdaderos urbanitas, personas que acomoden su vida cotidiana a los usos y costumbres de una nueva Cali, a partir de recuperar las de aquella ciudad que se llamó La Sultana del Valle, la Sucursal del Cielo, la Capital Deportiva de América o la Capital de la Salsa. Sobrenombres que dicen mucho sobre su historia y cambios desde su fundación hasta la caótica imagen urbana actual, la que infortunadamente no es la suma de las anteriores sino su resta, y que pasó de ser una pequeña ciudad inmersa en un bello paisaje natural de planicie, cerros y cordillera con farallones a ser una extendida y descontrolada conurbación que oculta el paisaje cuando no lo destruye.
En Cali hay mucho que disfrutar: sus cerros, la alta cordillera atrás y el verde y amplio valle a sus pies, y en lo más alto los Farallones; el Parque del Acueducto y el Mirador de Belalcázar, el Paseo Bolívar, los grandes árboles en algunos parques y la bellas alamedas en algunas vías; la Torre Mudéjar, la Merced, la Capilla de San Antonio. Está además el bello trino y aleteo de sus muchos pájaros, el suave sonido de las ramas y hojas movidos por el viento, y su arrullo, el suave murmullo del agua de sus ríos y quebradas de alta pendiente o en algunos casos su estruendo, y una variada y frondosa vegetación que proporciona diversidad de gratos olores que aún identifican calles y barrios.
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