Inseguridad. Es preciso entender que esta no sólo se debe a la pobreza, de la que se dice además que cada vez es menor, como lo demuestran países más pobres pero menos inseguros, sino debida principalmente a la falta de vigilancia vecinal y mucho más monitoreo por TV, control policial y, especialmente, de justicia. Exacerbado todo esto por la corrupción y la violencia generalizadas, generadas por un narcotráfico causado por la inútil prohibición de las drogas en lugar del control de la drogadicción como un asunto de salud pública, el que por supuesto debería comenzar por los países consumidores los que por lo demás son los que se quedan con la mayoría de sus ilegales “ganancias”.
Incultura. Mientras en las plazas y parques, que igual integran el espacio urbano público, poco se da el atropello y la atarbanería, estos se incrementan en las calles, en las que seguirá mientras que, además de maltrechas, toque disputarlas con otros peatones, vendedores, motos y carros. Hasta cuando existan andenes amplios, llanos y sin obstáculos; tiempo para los peatones en los semáforos; respeto por la prioridad de los peatones en las esquinas, en pasos peatonales correctamente señalados; y pasos pompeyanos en lugar de policías acostados en la mitad de la cuadra. Y toca callar el ruido ajeno y que se entienda que las fachadas de las construcciones privadas no por esto dejan de ser públicas.
Inmovilidad. En una ciudad en que se ha tolerado irresponsablemente que se extienda en lugar de que se densifique, solo se solucionará la movilidad con centralidades peatonales para que la mayoría de los recorridos cotidianos se puedan hacer caminando o en bicicleta. Centralidades unidas entre ellas y con el Centro por un verdadero sistema integrado de transporte público, cuya columna vertebral debe ser un tren eléctrico que vaya hasta las ciudades vecinas, alimentado en el trayecto urbano por buses articulados igualmente eléctricos, a cuyos paraderos se llegue caminando o en bicicleta, las que por supuesto deben contar con una adecuada y completa red de ciclovías.
Indiferencia. Que todos se puedan reconocer con la ciudad en la que habitan, comenzando por su envidiable paisaje natural y los pocos espacios y edificios monumentales que aún quedan, los que hay que proteger junto con su entorno inmediato. Pero por lo mismo es preciso crear nuevos espacios monumentales, precisamente en esas nuevas centralidades, los que deben ser plazas cercanas a las estaciones del tren de cercanías y con estacionamientos públicos subterráneos, y que en parte estén arborizadas considerando el clima cálido y sin estaciones de la ciudad, rodeadas de locales comerciales y sedes de servicios públicos, fomentando así el encuentro cotidiano de los ciudadanos.
Ignorancia. Menos politiquería caudillista y más política para la polis. Más cultura y conocimientos sobre el cambio climático y amenazas a la naturaleza; experiencia y no apenas supuesta experticia por parte de candidatos a alcaldes y concejales, como igual de los líderes gremiales y los comentaristas de lo público en los medios de comunicación, para formar mejores ciudadanos que a su vez no sean idiotas útiles a la hora de votar. Y educación cívica, la que debe comenzar en las escuelas, continuar en los colegios hasta las universidades, a las que no apenas les faltan recursos a las públicas, sino a todas liderazgo y compromiso con la ciudad, refugiadas cómodamente en sus torres de marfil.
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