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Retroceder para avanzar. 08.02.2020

        A mediados del siglo XX en Cali y otras ciudades del país se comenzaron a ampliar las calzadas de las calles a costa de los andenes, pero ya entrado el XXI hay que retroceder para poder avanzar hacia una ciudad más peatonal, utilizando los carriles que no tienen continuidad ni son para entrecruzar, para ampliar los andenes y darles la unión que les quitaron, y hacer ciclovías. Es lo que demanda una ciudad en la que cada vez hay más gente caminando y en bicicleta, y en la que por una razón u otra habrá cada vez menos carros circulando con un solo ocupante, y cuyo acceso a ciertos sectores, como el Centro, será restringido siguiendo el buen ejemplo da cada vez más ciudades principalmente en Europa.


     Avanzar al mismo tiempo en el transporte público colectivo y en la conformación de centralidades peatonales en ciudades en la ciudad, para no retroceder hacia una conurbación más insegura, ruidosa y fea, comprometiendo su calidad de vida. Es decir que se necesitan más andenes y ciclovías de verdad y no simulacros de cara a un público que afortunadamente cada vez es menos ingenuo, pero sobre todo por las drásticas medidas que pronto se tendrán que tomar de cara al cambio climático, incrementado por los gases de efecto invernadero que generan los combustibles de origen fósil, como la gasolina de los ruidosos carros actuales, que de símbolo de progreso lo serán de retroceso.


       Avanzar hacia verdaderos andenes que sean el componente principal de unas calles que su vez lo sean del espacio urbano público, que es lo básico de las ciudades, y no retroceder hacia edificios ignorantes del mismo, pobres manifestaciones del síndrome del rascacielos: “esa silueta anónima de tantas ciudades que usan los mismos elementos verticales sin conseguir dar una sensación de identidad” como lo llama Deyan Sudjic (La arquitectura del poder, 2005, p. 274). Andenes que sean suficientemente amplios, llanos, antideslizantes, sin obstáculos permanentes u ocasionales, y correctamente arborizados, diseñados, construidos y mantenidos por la ciudad y no por cada propietario o inquilino que los cree suyos.

       Avanzar hacia un sistema de transporte público que integre desde el masivo del tren de cercanías, hasta el peatón que camina hasta sus estaciones o a las paradas de los buses que lo llevaran a ellas, o que llega en bicicleta, pues los taxis quedarán para ciertos recorridos que antes se hacían en carros particulares, y estos para salir de paseo los fines de semana, pues para las emergencias mejor las ambulancias. Creer que Yumbo y Jamundí son lejanías es retroceder en la concepción de la ciudad en tanto área metropolitana hacia la vieja cabecera municipal, la cual si sería un avance entendida como la centralidad peatonal de ciudades dentro de la ciudad: lo mejor de los pueblos con lo mejor de las grandes ciudades, que no apenas extensas.


     Creer que el aumento de la venta de carros, y no de los andenes, es un buen negocio para Cali, es retroceder en el negocio de la vida, no solo de la calidad de vida en la ciudad sino de la vida misma en el planeta por la desaparición de los recursos de los cuales depende debido a cambios drásticos del clima. Al respecto Manuel Rodríguez Becerra señala cómo disminuir significativamente la actual contribución de las ciudades al cambio climático, advirtiendo que cada una tiene características ambientales únicas a considerar (“Nuestro planeta, nuestro futuro”, 2019, pp. 279 a 314); junto con las urbano arquitectónicas que definen sus calles y en ellas sus andenes, y para avanzar en ello hay que retroceder en su orden de importancia.

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