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Espacio urbano público. 29.08.2020

Es importante que en toda ciudad se entienda qué es un espacio urbano de uso público, cómo comportarse en él y cómo controlarlo. Lo que ya se sabía en el califato de Córdoba, una sociedad urbana en donde se mezclaban gentes indígenas, árabes y bereberes (Eduardo Manzano Moreno: La corte del califa, 2019, pp. 12 y 13) del que en Iberoamérica se heredaron no pocas tradiciones arquitectónicas y urbanas como “la prohibición de que las gentes se sentaran en la calle formando círculos […] o de que se arrojaran basuras, que debían ser transportadas fuera de la ciudad” (p. 311). Y de esas tradiciones las más importantes son los patios (privados) y las calles (públicas) pero ya se han perdido aquellos y ahora estas están amenazadas.

Como dice Deyan Sudjic: “Las ciudades deben su forma a sus calles y carreteras [vías], sus rasgos físicos y su topografía” (El lenguaje de las ciudades, 2017, p. 90) Y criticando acertadamente a Brasilia, la ciudad moderna por antonomasia, señala que: “Peor aún que tener pocas calles, lo que no tiene son esquinas de calles, y por tanto no existe ese encuentro al azar que procede del cruce de una calle con otra” (p. 89). De ahí el error de convertir cruces de calles en puentes, en lugar de pasos subterráneos para los carros, cuando los automóviles desplazaron a los transeúntes en el espacio urbano público y a partir del inicios del siglo XX se realizaron vías sin andenes en lugar de calles también para peatones o aquellos quedaron insuficientes.

“Las calles son los medios que nos proporcionan un lugar para compartir la vida ciudadana, para experimentar la cultura de la congestión [y] son los medios por los cuales las ciudades crecen y florecen, pero que también pueden hacer que enfermen y mueran, si su vitalidad se ve amenazada pues son producto de una mezcla de arquitectura y economía, de visión y de codicia, de infraestructura y moda [y] reflejan las raíces y las historias de las ciudades” (p. 86) “pero la calle tradicional está amenazada ahora por la crudeza del consumismo basado en el centro comercial, la venta por internet y el coche convencional.” (p. 88) palabras de Sudjic que poco comprenden los que en Colombia aún carecen de una cultura urbana.

Y acierta de nuevo Sudjic: “Estamos condicionados, a menudo equivocadamente, para interpretar que los edificios más sofisticados e imponentes son más importantes que aquellos que son más sencillos y austeros [y no] comprendemos el diseño formal de las calles, del cual la simetría es la característica más obvia, como un reflejo de los espacios que aspiran a cualidades cívicas” (p. 90). Antes el “diseño” de una calle era continuar una tradición con construcciones artesanales, pero hoy depende casi siempre de edificios diseñados por arquitectos para muchos de los cuales, ignorantes o sin ética profesional, la calle apenas en un conjunto de normas a tratar de evadir, y no el resultado de su proyecto y del de otros antes o después.

“Una ciudad necesita una forma de organización que permita a sus ciudadanos la máxima libertad para hacer lo que quieran, sin impactar negativamente en otros [y] una fuerza policial a la que se pueda recurrir [y] un sistema educativo que funcione y que esté abierto a todos,” como escribe Sudjic (p. 174). Todo lo anterior por supuesto en el espacio urbano público pero igualmente es válido para los edificios que conforman calles, avenidas, plazas y parques. Para terminar hay que dejar en claro que: “Las formas de gobierno tienen un impacto directo en el funcionamiento de las ciudades, e incluso en su aspecto” (p. 175) y desde luego su funcionamiento y su aspecto están interrelacionados y en los dos sentidos.

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