El gremio de la
arquitectura, estudiantes, profesores, recién graduados, profesionales en
ejercicio o jubilados que opinan, cada vez habla más y más alto sobre un
interés común: la ciudad en tanto el artefacto en el que se lleva a cabo la
vida económica, social y política actual; es decir el escenario de la cultura
como se ha repetido en esta columna que fue como las definió Lewis Mumford.
También se han vinculado a este propósito ingenieros, economistas y otros
profesionales, y muchos ciudadanos activos como los de la Comuna 22, El
Calvario o San Antonio; y hay nuevos y bienvenidos columnistas sobre estos
temas en Caliescribe.com y Diario Occidente, y foristas que no insultan sino
que opinan.
Casi todos están agrupados en entidades como la Sociedad
Colombiana de Arquitectos seccional del Valle, el Colectivo de estudiantes de
los programas de arquitectura de la región, Foco de Convergencia, la Sociedad
de Mejoras Públicas de Cali, la
Asociación de Ingenieros del Valle, Asociaciones de Vecinos como la de San
Antonio, y Juntas de Acción Comunal. Es el renacer de algunas iniciativas de
las últimas décadas del siglo XX como fue el Grupo Ciudad conformado por profesores
de la entonces Facultad de Arquitectura de la Universidad del Valle, la única
en la región por esa época y de importancia nacional, o los artículos de la
SCA-Valle para la prensa local.
Son temas básicos y urgentes para una ciudad que sigue creciendo
cada vez más aceleradamente y cada vez con mayor desorden, amenazada además por
la eventual ruptura del jarillón del rio Cauca, el inminente agotamiento del
agua potable, el enrarecimiento del aire, el ruido ajeno, la destrucción del
patrimonio construido, la naturaleza y el paisaje, únicos de la región, la
creciente (in)movilidad en la ciudad, siguiendo a Bogotá con un MIO mal
concebido desde el principio y no entender, o no querer entender, que la
solución está en el largo, ancho y abandonado corredor férreo que atraviesa la
ciudad, y en hacer andenes y ciclovías de verdad como tanto se ha insistido en
esta columna.
Si todos los mencionados arriba, y los que quedaron
faltando, nos unimos en lo que más nos une, se superará lo que aparentemente
nos diferencia, y entonces ya nos oirán los que desde lo público y lo privado
pretenden orientar a Cali ignorando sus bases y condiciones urbano
arquitectónicas, como ha sucedido desde los Juegos Panamericanos de 1971. El
hecho contundente es que si bien una ciudad puede existir sin habitantes,
aunque solo sea una bella ruina, y no son pocas, los ciudadanos simplemente no
pueden sobrevivir sin ciudad y menos ahora que más de la mitad de la humanidad
vive en ellas y en Colombia más de tres cuartas partes, y cada vez más; es la
sobrepoblación del mundo.
Como
escribí ya en la primera entrega de la columna ¿Ciudad? de El País, el
04/05/1998, “Por supuesto esta tergiversación cultural genera más violencia aunque
en apariencia sólo afecte a los que queríamos nuestras ciudades, que hemos
dejado de querer porque ya no existen más. La Cali de mediados del siglo era
ordenada, silenciosa, segura, limpia y bonita. La que quisiéramos, aunque algún
día sea verdaderamente moderna (estética contemporánea y transporte masivo incluidos)
y vuelva a ser limpia, segura, ordenada y silenciosa, ya no podrá tener
-también- la belleza de la ciudad tradicional que fue. Por esto, tampoco podrá
ser pos-moderna del todo.” Pero al menos sería una ciudad con un clima y
paisaje únicos.
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