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Ya nos oirán. 28.04.2018


       El gremio de la arquitectura, estudiantes, profesores, recién graduados, profesionales en ejercicio o jubilados que opinan, cada vez habla más y más alto sobre un interés común: la ciudad en tanto el artefacto en el que se lleva a cabo la vida económica, social y política actual; es decir el escenario de la cultura como se ha repetido en esta columna que fue como las definió Lewis Mumford. También se han vinculado a este propósito ingenieros, economistas y otros profesionales, y muchos ciudadanos activos como los de la Comuna 22, El Calvario o San Antonio; y hay nuevos y bienvenidos columnistas sobre estos temas en Caliescribe.com y Diario Occidente, y foristas que no insultan sino que opinan.

       Casi todos están agrupados en entidades como la Sociedad Colombiana de Arquitectos seccional del Valle, el Colectivo de estudiantes de los programas de arquitectura de la región, Foco de Convergencia, la Sociedad de Mejoras Públicas de Cali,  la Asociación de Ingenieros del Valle, Asociaciones de Vecinos como la de San Antonio, y Juntas de Acción Comunal. Es el renacer de algunas iniciativas de las últimas décadas del siglo XX como fue el Grupo Ciudad conformado por profesores de la entonces Facultad de Arquitectura de la Universidad del Valle, la única en la región por esa época y de importancia nacional, o los artículos de la SCA-Valle para la prensa local.

       Son temas básicos y urgentes para una ciudad que sigue creciendo cada vez más aceleradamente y cada vez con mayor desorden, amenazada además por la eventual ruptura del jarillón del rio Cauca, el inminente agotamiento del agua potable, el enrarecimiento del aire, el ruido ajeno, la destrucción del patrimonio construido, la naturaleza y el paisaje, únicos de la región, la creciente (in)movilidad en la ciudad, siguiendo a Bogotá con un MIO mal concebido desde el principio y no entender, o no querer entender, que la solución está en el largo, ancho y abandonado corredor férreo que atraviesa la ciudad, y en hacer andenes y ciclovías de verdad como tanto se ha insistido en esta columna.

       Si todos los mencionados arriba, y los que quedaron faltando, nos unimos en lo que más nos une, se superará lo que aparentemente nos diferencia, y entonces ya nos oirán los que desde lo público y lo privado pretenden orientar a Cali ignorando sus bases y condiciones urbano arquitectónicas, como ha sucedido desde los Juegos Panamericanos de 1971. El hecho contundente es que si bien una ciudad puede existir sin habitantes, aunque solo sea una bella ruina, y no son pocas, los ciudadanos simplemente no pueden sobrevivir sin ciudad y menos ahora que más de la mitad de la humanidad vive en ellas y en Colombia más de tres cuartas partes, y cada vez más; es la sobrepoblación del mundo.

    Como escribí ya en la primera entrega de la columna ¿Ciudad? de El País, el 04/05/1998, “Por supuesto esta tergiversación cultural genera más violencia aunque en apariencia sólo afecte a los que queríamos nuestras ciudades, que hemos dejado de querer porque ya no existen más. La Cali de mediados del siglo era ordenada, silenciosa, segura, limpia y bonita. La que quisiéramos, aunque algún día sea verdaderamente moderna (estética contemporánea y transporte masivo incluidos) y vuelva a ser limpia, segura, ordenada y silenciosa, ya no podrá tener -también- la belleza de la ciudad tradicional que fue. Por esto, tampoco podrá ser pos-moderna del todo.” Pero al menos sería una ciudad con un clima y paisaje únicos.

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