Si la arquitectura hay
que vivirla con todos los sentidos, que mejor ejemplo que la Alhambra y el
Generlife. Allí abundan los reflejos que multiplican lo que se mira,
transparencias que tamizan las vistas, ventanas que la enfocan, se oye el
murmullo del agua, se huelen sus jardines, se “tocan” las texturas de su
ornamentación que se repite sutilmente sin ser idéntica, y hasta se pueden
imaginar los olores que acompañaban la vida allí. Todo a lo largo de diferentes
recorridos acodados y de alturas diversas que deparan sorpresas en cada giro, y
que cambian con la luz y el cielo, al paso del día y por la noche, a lo largo del
año. Es el sabio manejo del agua, el aire, la luz
y el tiempo en el espacio.
El
agua en estanques de paredes y fondo oscuro, negro o casi, no solo permite el
reflejo de fachadas, cielos y luces, sino que en los climas calientes del
trópico refresca con solo mirarla, igual que la que corre sonando por atarjeas
y acequias o que salta de fuentes o cascadas. Pero además los estanques
permiten almacenar el agua de la lluvia como también la utilizada en duchas,
tinas y lavamanos, para reusarla en los inodoros, lavar suelos y regar matas. Y
para evitar plagas y que se mantenga limpia y sin malos olores, basta con poner
en ellos peces y vegetación, lo que al mismo tiempo los vuelve bellos jardines
que brindan sosiego, es decir quietud,
tranquilidad, serenidad y paz.
El
aire, por su parte, tanto lleva como trae. Al cruzar los recintos, aunque no se
lo vea como al agua, los refresca con el frio del exterior o, sencillamente al
sentirlo, mejora la sensación térmica. Igualmente saca la humedad y los olores
y el humo, al tiempo que introduce los aromas de árboles y jardines, pero igual
trae el rudo y los olores ajenos, pero es peor vivir en una acuario y sin
siquiera una sardina. Y es preciso controlar su intensidad, sobre todo cuando
llueve y ventea al mismo tiempo, lo que es muy fácil mediante persianas
venecianas, como también lo es impedir la entrada de insectos con anjeos, y a
veces hay que ayudar a moverlo pero con lentos y entrañables ventiladores de
techo.
Y
es la luz la que permita ver la arquitectura -y la vida- y por eso son
pavorosos los espacios totalmente oscuros, como les consta a los muertos en sus
tumbas. Pero además la potencia al permitir espacios luminosos, como en
penumbra o muy oscuros, y sombras que se alargan o acortan sobre paredes y
suelos al paso del día. Y en el trópico, con sus casi doce horas de luz durante
todo el año, utilizar lo más posible la iluminación natural es imperativo, pero
no apenas para consumir menos energía, sino para brindar más alegría, es decir
que su uso inteligente
también produce un sentimiento grato y vivo de gozo o júbilo, al revés de la
muy fuerte que logra que la gente se sienta vigilada.
Impresiones
del agua, el aire y la luz que cambian en el espacio arquitectónico con el paso
del tiempo y a su vez lo marcan, como sucede con las sombras que se mueven en
los patios. De la Alhambra y el
Generalife escribió Ibn Zamrak, el gran poeta y político granadino del siglo
XIV, que “Jamás
vimos alcázar más excelso, de contornos
más claros y espaciosos. Jamás vimos jardín más floreciente, de cosecha
más dulce y más aroma.” Y lo sigue siendo, al tiempo que dejan muy claro que no existen edificios
originales, y que resultan mejores cuando son producto de diferentes
construcciones, agregados, modificaciones, restauraciones y contra
restauraciones.
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