Pese al maltrato continuo de las cuencas de sus ríos y su torpe
canalización, la tala de bosques, guaduales y humedales, las quemas, las
canteras, el monocultivo de la caña, las líneas y torres de energía, y muchas
de sus carreteras convertidas en calles largas de feas casas o “cercadas” con
setos vivos y con vallas que tapan la vista, los paisajes del valle del río
Cauca y sus dos altas cordilleras aún son espectaculares además de variados.
Pero no se miran o no se ve su creciente deterioro. Son unos 300 kilómetros
entre Santander de Quilichao, al sur y La Virginia al norte, más de 500.000
hectáreas en su parte plana, un ancho de unos 40 kilómetros en la parte sur y
unos 20 en la norte, y unas 250.000 hectáreas en sus pie de montes.
Lo de los ríos sí que es
lamentable; se deforestan sus nacimientos y cuencas alterando la belleza de las
cordilleras, y ocasionando crecientes e inundaciones más dañinas y frecuentes.
Además el río Cauca perdió sus humedales y en parte se ha “canalizado” poniendo
en grave peligro a Cali, y las canteras son toda una torpeza en la que la
codicia como si fuera una roca no admite la belleza. Y en la planicie, la tala
total de muchos de sus bosque y guaduales, y las grandes quemas de pastos y
arbustos, son lastimosas y alteran no sólo el paisaje sino la biodiversidad de
la región poniendo en peligro sus muchas posibilidades turísticas “verdes” y
desde luego su ecología.
La feura del monocultivo de la caña, como
también el de otras plantas, es por supuesto evitable si estuvieran en manos de
agrónomos asesorados por paisajistas, lo que permitiría no apenas disminuir su
impacto negativo en el paisaje sino convertir los cultivos en algo positivo
estéticamente y no apenas económicamente. Igual sucede con las torres y redes
eléctricas aéreas en cuyo trazado habría que considerar, sencillamente, cómo
disminuir su impacto en el paisaje cuando esto sea viable, pero es que en eso
nunca se piensa: en Cali fue un símbolo de “modernidad” poner una subestación
eléctrica inmediatamente detrás de la capilla de San Antonio.
Finalmente, modificar
los altos y cerrados setos vivos repetidos sin imaginación a lo largo de las
carreteras sería lo más fácil, comenzando por mantenerlos bajos en ciertos
tramos y con variedades diferentes, e incluso en muchos casos se podría
regresar a las simples zanjas que se usaron hace años en las suertes de caña. Y
prohibir del todo las vallas en las carreteras, muchas de ellas con propaganda
engañosa, como esa que repite “viva en medio de la naturaleza”. Sin embargo en
esto tampoco se piensa y por lo demás en muchas vías regionales es más prudente
concentrarse en el asfalto, incluso los pasajeros, y no tratar de ver mejor el
paisaje ni mucho menos las vallas.
Pero por supuesto lo
inquietante de todo esto es por qué la conservación y usufructo estético del
paisaje no es aquí algo importante, como si fuera suficiente con leer sus
bellas descripciones en María y En el país de los dioses, en donde Jorge
Isaacs cuenta que las plantas exhalan sus más suaves y misteriosos aromas y en
el fondo del valle arden en la sombra negra y húmeda luciérnagas fantásticas, y
Cornelio Hispano habla de sus dorados pero injustamente cortos atardeceres con
sus cordilleras azules, cuyas altísimas crestas se iluminan por las noches con
los fulgores de las tormentas del Pacífico. Paisaje viene del francés paysage, derivado de pays, que
significa ‘país’, pero el caso es que este, aquí, ya es otro.
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