De esta
contradicción ya habló en 1973 André
Gorz en La ideología
social del automóvil y ha sido mencionada varias
veces en esta columna. Venecia, la ciudad más grande sin carros en el mundo, es admirada
por muchos pues precisamente su ausencia permite ver su belleza y, aun inundada
de turistas, es un oasis de paz a pesar de la densidad de su población, una de
las más altas. Y lo mismo puede decirse de Ámsterdam o Brujas y en general de
los centros históricos de las ciudades, mas no de los colombianos, como el de
Cartagena, en donde por lo contrario han tratado de acabar es con las victorias
en lugar de ocuparse del buen manejo de sus caballos y sacar los carros.
Oslo será a partir de 2019 la primera
ciudad en el mundo libre de autos, mediante una propuesta integral y
estructurada que busca reducir a la mitad sus emisiones contaminantes y
alcanzar una sociedad libre de combustibles fósiles para 2050; es decir, una
ecociudad sostenible. La iniciativa implica la prohibición de la circulación de
vehículos privados en el centro, la construcción de muchos kilómetros de
carriles de bicicletas y más inversión en un transporte público más eficiente. Los
únicos que podrán usar automóviles particulares serán los adultos mayores y
personas con algún tipo de discapacidad, pues las calles, por supuesto, no se
cerraran totalmente al tránsito automotor.
París, buscando
frenar la contaminación del aire, es la última ciudad que recurre a medidas
drásticas para restringir el tránsito de carros, con un “pico y placa” de
verdad pues los carros sólo pueden circular un día sí y otro no según sus placas terminen en números pares o impares. Es decir, bajar a la mitad el
total de carros circulando cada día, lo que demanda un transporte público,
también de verdad, que incluya bicicletas, taxis, buses sencillos y
articulados, y trenes, y así por supuesto se dificulta mucho más la trampa del
“segundo carro” que ha hecho fracasar la medida de prohibirlos solo un día a la
semana en ciudades como Ciudad de México, o Bogotá, Medellín o Cali.
El automóvil es causante de graves problemas
ecológicos, sociales y estéticos. Destruye la vida social en la calle, desintegra
las comunidades de los barrios, y aísla a las personas. Fomenta el desarrollo
suburbano, extendiendo las ciudades, y dificulta ver la belleza propia de
aquellas calles, plazas y parques que la tienen. Perturba a todos con su ruido,
contamina el aire y causa accidentes fatales. Contribuye al calentamiento
global, desperdicia energía y recursos naturales, y daña la calidad del aire, la que en muchas ciudades roza los
límites legales, afectando la salud de las personas, como acaba de pasar en
Medellín, y que por supuesto igual ocurre en Bogotá y Cali.
Una
ciudad sin carros puede ser más eficiente económicamente y superior socialmente,
ya que mejora el comercio y propicia el encuentro, y es menos
costosa, considerando la inversión privada en la compra, mantenimiento y
estacionamiento de los automóviles, como en la malla vial que demandan, con sus
costosos e invasores cruces a dos niveles, a cargo de todos los contribuyentes. Aquí es posible
convertir muchas ciudades intermedias al modelo libre de carros pero es
ineludible contar con un sistema eficiente de trasporte público, una red
completa de ciclovías, y andenes amplios y sin obstáculos. Pero en las más
grandes además habría que fortalecer la conformación de ciudades dentro de la
ciudad, primordialmente peatonales.
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