Citando de nuevo a Lewis Mumford (La cultura de las ciudades, 1938), la ciudad es el escenario de la cultura, lo que implica las normas para la convivencia en ella, es decir un guion para actuar y un director que lo pone en escena. En Cali, escenario, normas y directores siguen fallando cada vez más pero, a diferencia de una obra de teatro, la vida en las ciudades no se puede parar mas si se puede dar una voz de alerta: el voto en blanco de los urbanitas, o sea el de aquellas personas que viven acomodadas a los usos y costumbre de la ciudad, que es como el DEL define la palabra, y que los echan de menos sintiéndose extranjeros en su propia localidad.
En Cali, debido a su rapidísimo crecimiento, los nuevos usos están acabando con las viejas costumbres dificultando cada vez más la convivencia de todos en lo que les es común en la ciudad. Es el ruido ajeno; la pintarrajeada de las fachadas que cada uno cree que son sólo suyas lo mimo que los andenes y vados; las codiciosas “torres” de los que sólo ven en ellas dinero, los que las hacen o prestigio social los que compran; la atarbaneria de las motos y carros en las calles; la basura por todas partes; y la destrucción progresiva de su entorno natural con sus bosques y biodiversidad, y no solo los criminales incendios anuales de los cerros.
Como no es procedente elegir un director (alcalde) si no existe un guion previo (POT) que produzcan los autores (los concejales) y aprueben los espectadores (los habitantes de la ciudad) a los ciudadanos no les queda otra que votar en blanco. Y luego esperar a que un nuevo candidato, hombre o mujer, se le ocurra proponer un nuevo POT que lo sea de verdad: uno que incluya los usos del suelo junto con la movilidad; y alturas y aislamientos junto con los espacios urbanos que generan; y que sea del área metropolitana de Cali y no apenas del municipio; y finalmente un plan a largo plazo, que se pueda realizar y que se haga cumplir mediante un control efectivo y serio.
Un candidato, o una candidata, sensato, que entienda de verdad el papel que en todo esto encarna la educación, no la convencional sino la necesidad de que esta se relacione con los muy diferentes temas de la ciudad y sus ciudadanos: ambientales, sociales, económicos, culturales y recreativos, y los demás que de estos se derivan. Es la única manera de generar rápidamente una pertinente cultura urbana a sus nuevos habitantes, volviéndolos urbanitas, pero que aún no son plenamente ciudadanos ni contribuyentes, los que en Cali son la gran mayoría y los mas propensos a abstenerse de votar o de vender su voto a cualquier de esas minorías interesadas sólo en echarle mano al erario.
Pero igualmente hay que educar a los candidatos a concejos y alcaldías. Es preocupante su usual desconocimiento del urbanismo y su ignorante desprecio de la arquitectura, pasando por alto que los edificios son nada menos los que conforman las calles, plazas y parques. Lo que por consiguiente los lleva a la subvaloración en que tienen a sus diferentes imágenes urbanas y, en especial, a que no consideren su definitiva importancia en la convivencia cotidiana en las ciudades, la que se da precisamente en estos espacios públicos y de ahí que sean el escenario de la cultura, y en Cali de la incultura urbana generalizada y que mucho tiene que ver con el narcotráfico.
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