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Salmona en Manizales. 05.05.2018


      La Universidad de Caldas inauguró parte de su Centro Cultural, diseñado por Rogelio Salmona y María Elvira Madriñán, su colaboradora en muchos de sus proyectos. Como en todos, en el de Manizales hay mucho que aprender y no sólo por parte de estudiantes, profesores y arquitectos. Sino también muchos a quienes la industria de la construcción suele seducir con una propaganda engañosa en revistas y periódicos, y puedan comenzar a comprender la importancia que tiene la arquitectura de los edificios y casas en las que moran, y la de la de las ciudades en las que habitan. Y por eso es tan oportuna la exposición de sus trabajos que realiza la Fundación Rogelio Salmona.

    Igual que en todos sus últimos proyectos, como el Centro Cultural García Márquez, 2008, en Bogotá, en este son mucho más importantes sus espacios interiores que el volumen que generan, igual que sucede en La Alhambra o en el Museo Nacional de Arte Romano, 1986, de Rafael Moneo en Mérida. En el de Manizales sus volúmenes son además austeros, y en hormigón teñido suavemente de ocre y ladrillo a la vista, y respetuosos con el edificio vecino existente, también de la Universidad y de ladrillo. La emoción que siempre conlleva la arquitectura de Salmona está adentro y es toda una emocionante sorpresa que hay que vivirla para apreciarla; es decir, recorrerla, verla, oírla y sentirla.
                                                                                                                                                                         El espacio interior central de la parte ya construida, la que quedará unida con el teatro que falta por un patio longitudinal, es un gran vacío cilíndrico el que en dos de sus costados presentan grandes vanos circulares, como en otros de sus proyectos pero más grandes, uno de ellos atravesado por  las diagonales de las rampas que unen sus varios pisos abiertos, toda un  experiencia en sí mismas, y enbalconados sobre  el gran vacío, los que pueden tener diversos usos como igual el espacio muy amplio de su primer piso  bajo el lucernario que, varios pisos arriba, lo cubre. Y como si fuera poco, a uno de sus costados amplias terrazas llevan al bello paisaje de montañas en el que se encuentra Manizales.
                                                                                                                                                                          Y también hay otro espacio igualmente interesante en el primer piso, que es claramente una sala de exposiciones sostenida por columnas como la sala hipóstila de un tempo egipcio, pero cuya forma no es evidente pues aunque es de planta casi cuadrada las columnas no están exactamente alineadas y paralelas, ya que responden a la estructura de arriba, lo que las hace cumplir ese papel que en la Mezquita de Córdoba cumplen sus encantadores (que lo son por mágicos) y muchos arcos: poner un sutil desorden en el estricto orden de sus muchas columnatas, no porque sean diferentes unos de otros sino porque lo es cada uno y se ven y presienten desde ángulos diversos y hacia arriba.
                                                                                                                                                                         Es la arquitectura en sí misma, como diría Bruno Zevi, pues ya adentro no se sabe en donde está localizada, que función tiene, cómo está construida ni, finalmente, que forma en verdad tiene todo ese tan emocionante espacio interior. Pero antes de que Vitruvius proteste hay que advertir que todo esto desde luego se justifica en el espacio central de un centro cultural, y no cuando abarca todo el edificio como en la arquitectura espectáculo de Frank Gehry en sus promocionados museos en Bilbao o Panamá, cuyo exceso de imagen exterior los hace olvidar cuando rápidamente se descubre su truco de prestidigitación con no pocos problemas de funcionamiento y mantenimiento, y ya no dan ganas de regresar.

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