Ante la inoperancia del
Estado, la gente resuelve sus problemas cotidianos por su propia iniciativa.
Por ejemplo, hace años que en la conversación informal se suprimen los tres
ceros; algo barato cuesta cinco en lugar de $5.000.oo y algo caro quinientos en
lugar de $500.000.000.oo, e incluso en los nuevos billetes se lee 50 mil pesos
en lugar de 50.000.oo, pero nada que se toma la decisión de suprimir los 000 y
facilitar la vida sin meterle tanta discusión inútil sobre si así se disminuye
o no la inflación cuando lo que debería preocupar en este caso es la
“inflación” de las cifras. Y
algo similar sucede con los andenes, los antejardines o las invasiones.
Como los alcaldes
prefieren hacer puentes para los carros, ante la estreches y trampas de los
andenes (rampas para garajes, escalones muy altos y postes) o que simplemente
son inexistentes, la gente camina por las calzadas sin importar el riesgo que
corren de ser atropellados por un carro o una moto, y en algunas calles las van
volviendo casi peatonales como las debería hacer el Municipio, y cuando este
las hace totalmente peatonales en donde no es pertinente en lugar de con
tránsito restringido, las motos igual pasan e incluso los carros. Y ante la
ausencia de ciclo vías, o por su equivocado diseño, las bicicletas van al lado
de los carros o por los andenes cuando estos son llanos.
Otro ejemplo son
los antejardines, totalmente ajenos a nuestra usanza urbana arquitectónica.
Copiados, como tantas cosas de USA sin considerar las diferencias en tanto
relieves, climas, vegetaciones y, en consecuencia, paisajes y tradiciones, no
se los circunscribe a las casas y a que en los edificios sean amplios y
limitados por muros bajos, y la gente
los pavimenta, eliminando sus prados y árboles, para estacionar carros y motos,
poner talleres o sitios de venta, o en los conjuntos residenciales se los
cierra con altas y largas bardas como de presidio pues en ellos se insiste en
hacer apartamentos en sus primeros pisos en lugar de dedicarlos a locales
públicos como privados.
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