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Región, tradición, arquitectura. 25.05.2019


      Todas las ciudades, y todos los edificios que las conforman, están en una geografía dada y cuentan con una historia propia. Pero a inicios del siglo XXI muchas están amenazadas por la sobrepoblación, el consumismo y la obsolescencia programada, que desde finales del XIX han generado el cambio climático, que puede acabar con la vida de muchos en las próximas décadas (ONU, Cumbre 2019), y también por la dependencia cultural y la automatización de todo, las que están acabando en muchas partes con el placer de la vida urbana local o reduciéndola a los grandes centros comerciales en los que ya es otra cosa (Andrés Oppenheimer, ¡Sálvese quien pueda!, 2018).

     Por eso una nueva arquitectura, que esta vez sí sea de verdad nueva y arquitectura y no mero espectáculo, tendría que estudiar su principal referente histórico, como lo es la construcción regional de cada sitio, y la que el tiempo ha convertido en la tradicional de cada lugar; es decir, los materiales y técnicas constructivas que han dado origen a su característica forma y la más identificable. Y por otro lado debe ser una arquitectura pensada buscando consumir mucho menos agua y en reciclarla junto con la de las lluvias, y para generar la energía necesaria para su cabal funcionamiento con paneles solares “cubriendo” las cubiertas, lo que es todo un nuevo y estimulante desafío estético.

      Igualmente no sobra insistir en que hay que reutilizar todo lo ya construido, reforzándolo, densificándolo aumentando varios pisos según sea necesario y conveniente, adecuándolo a las nuevas necesidades y exigencias, dotándolo de nuevas instalaciones y corrigiendo los errores urbanos, arquitectónicos o constructivos que tenga. Y al mismo tiempo exigir perentoriamente que todas las construcciones nuevas sean también fácilmente acomodables a otros usos, renovables para funciones diferentes en el futuro y, finalmente, que sus escombros sean más fácilmente reciclables cuando inevitablemente tengan que ser demolidas por un motivo que en verdad sea válido.

      En ultimas se trata es de la modernización, en cada barrio, sector o ciudad de una región, claramente identificables, de su arquitectura tradicional, a la que apenas se agrega lo más moderno y sólo si es pertinente, que lo será en varios de sus diferentes aspectos, y no por estar a la moda. Y cuyos principales objetivos sean contribuir a evitar el cambio climático y a recuperar el contexto urbano y la imagen colectiva, especialmente en las grandes ciudades que rápidamente crecen mal y mucho. Y lograrlo creando en ellas nuevos centros urbanos, a manera de centralidades peatonales, unidos entre sí y con otras ciudades cercanas por rápidos y frecuentes trenes de cercanías.

       Pero penosamente ahora hay muchos oportunistas de la llamada arquitectura verde y sólo pocos maestros de la sostenible, o que supieron reinterpretar la tradición; y muy pocos políticos que se ocupen de las ciudades en tanto artefactos y no apenas de sus habitantes, si es que lo hacen, como si no fueran las dos caras de la misma moneda. Así, la gran arquitectura, que antes servía para simbolizar el poder de los gobernantes hegemónicos, hoy más populistas que políticos, o para los grandes empresarios que desde el siglo XX han creado un modelo de urbanismo laissez-faire, como lo llama Deyan Sudjic (La arquitectura del poder, 2005, p.90) y lo mismo sucede con esa arquitectura espectáculo que aún no pasa de moda.

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