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El poder de la arquitectura. 11.05.2019


      Además de darle solución y significado al hábitat del ser humano hay que ser conscientes del poder que representa la arquitectura en sí misma. “Intentar dar sentido al mundo sin reconocer el impacto psicológico de la arquitectura en él es pasar por alto un aspecto fundamental de su naturaleza”, como lo deja en claro Deyan Sudjic (La arquitectura del poder, 2005, p.10) pero infortunadamente lo que viene sucediendo cada vez más en muchas partes del mundo a lo largo del siglo XX.

      La arquitectura, relacionada con el poder desde su inicio, pues lo demás era sencilla construcción artesanal, tenía su vínculo era con la religión, la política y últimamente con la economía capitalista. Pero ya en el siglo XXI la arquitectura debería ser enfocada antes que todo a la reutilización, sostenibilidad y contextualidad de las nuevas construcciones, buscando al mismo tiempo mejorar las ciudades, que ahora es en donde la arquitectura actual se lleva a cabo general y caóticamente.

     Ya no para simbolizar el poder de los gobernantes hegemónicos y desde el siglo XX también para los grandes empresarios, que han creado un modelo de urbanismo laissez-faire (Sudjic, p.90) si no para las sedes de los estados democráticos, las que solo algunas deberían ser monumentales, y para los ciudadanos y el equipamiento urbano que precisan, cada vez más amplio, y desde luego para su vivienda familiar, la que igualmente mucho ha cambiado a partir de inicios del siglo XX.

   Los arquitectos de las más importantes sedes públicas nacionales deberían ser profesionales reconocidos, escogidos en concursos públicos a dos vueltas por jurados conocedores del tema y de la ciudad de cada caso, y no sólo arquitectos sino urbanistas, paisajistas, ingenieros, economistas, sociólogos e historiadores. Y lo mismo para el equipamiento urbano público, mientras que para el privado hay que hacer respetar las normas, estándares, tradiciones y costumbres de la ciudad.

    Para la vivienda colectiva, en apartamentos y casas en serie, los proyectos igualmente deben ser sólo de arquitectos profesionales conocedores y respetuosos de las normas, estándares, costumbre y tradiciones ya mencionados y para cada caso, y que sobre todo entiendan que antes que un edificio están completando una calle de un barrio en un sector de una ciudad, y que así “adquiere la vida callejera y el ambiente público de una ciudad de verdad” como claramente lo indica Sudjic (p.111).

    Y para la vivienda a pedido, además de lo dicho en el párrafo anterior, deberían de entrada hacerle entender a sus clientes que están seleccionado una arquitectura –sostenible y contextual- y no apenas un arquitecto para complacer los caprichos del cliente  “como si el arquitecto fuera un peluquero o un sastre” bien dice Sudjic (2005, p.12). El hecho es que: “La arquitectura posee una existencia que es independiente de los que la financian” (p.9) la que hay que lograr que se respete.

    Así las cosas, en el siglo XXI el proyecto de un edificio o una casa debería partir de reconsiderar la profesión misma en tanto que hay que considerar a fondo su emplazamiento, función, construcción, forma y método a desarrollar, o sea volver a lo dicho por Vitruvius hace dos milenios, y no seguir el ego de cada arquitecto que se cree artista y se olvida de la ética profesional. Pero para poder trabajar el arquitecto tiene que relacionarse con los ricos y poderosos: “Nadie tiene los recursos para construir” (p.12).

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