Además de darle solución y significado al hábitat del
ser humano hay que ser conscientes del poder que representa la arquitectura en sí
misma. “Intentar dar sentido al mundo sin reconocer el impacto psicológico de
la arquitectura en él es pasar por alto un aspecto fundamental de su
naturaleza”, como lo deja en claro Deyan Sudjic (La arquitectura del poder, 2005, p.10) pero infortunadamente lo que
viene sucediendo cada vez más en muchas partes del mundo a lo largo del siglo
XX.
La arquitectura, relacionada con el poder desde su inicio,
pues lo demás era sencilla construcción artesanal, tenía su vínculo era con la
religión, la política y últimamente con la economía capitalista. Pero ya en el
siglo XXI la arquitectura debería ser enfocada antes que todo a la
reutilización, sostenibilidad y contextualidad de las nuevas construcciones,
buscando al mismo tiempo mejorar las ciudades, que ahora es en donde la
arquitectura actual se lleva a cabo general y caóticamente.
Ya no para
simbolizar el poder de los gobernantes hegemónicos y desde el siglo XX también
para los grandes empresarios, que han creado un modelo de urbanismo laissez-faire (Sudjic, p.90) si no para
las sedes de los estados democráticos, las que solo algunas deberían ser
monumentales, y para los ciudadanos y el equipamiento urbano que precisan, cada
vez más amplio, y desde luego para su vivienda familiar, la que igualmente
mucho ha cambiado a partir de inicios del siglo XX.
Los arquitectos
de las más importantes sedes públicas nacionales deberían ser profesionales
reconocidos, escogidos en concursos públicos a dos vueltas por jurados
conocedores del tema y de la ciudad de cada caso, y no sólo arquitectos sino
urbanistas, paisajistas, ingenieros, economistas, sociólogos e historiadores. Y
lo mismo para el equipamiento urbano público, mientras que para el privado hay
que hacer respetar las normas, estándares, tradiciones y costumbres de la
ciudad.
Para la vivienda
colectiva, en apartamentos y casas en serie, los proyectos igualmente deben ser
sólo de arquitectos profesionales conocedores y respetuosos de las normas,
estándares, costumbre y tradiciones ya mencionados y para cada caso, y que
sobre todo entiendan que antes que un edificio están completando una calle de
un barrio en un sector de una ciudad, y que así “adquiere la vida
callejera y el ambiente público de una ciudad de verdad” como claramente lo
indica Sudjic (p.111).
Y para la
vivienda a pedido, además de lo dicho en el párrafo anterior, deberían de
entrada hacerle entender a sus clientes que están seleccionado una arquitectura
–sostenible y contextual- y no apenas un arquitecto para complacer los
caprichos del cliente “como si el
arquitecto fuera un peluquero o un sastre” bien dice Sudjic (2005, p.12). El hecho es que: “La arquitectura posee una existencia que es independiente
de los que la financian” (p.9) la que hay que lograr que se respete.
Así las cosas,
en el siglo XXI el proyecto de un edificio o una casa debería partir de
reconsiderar la profesión misma en tanto que hay que considerar a fondo su
emplazamiento, función, construcción, forma y método a desarrollar, o sea
volver a lo dicho por Vitruvius hace dos milenios, y no seguir el ego de cada
arquitecto que se cree artista y se olvida de la ética profesional. Pero para poder
trabajar el arquitecto tiene que relacionarse con los ricos y poderosos: “Nadie
tiene los recursos para construir” (p.12).
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