Las
declaraciones del director del Instituto Distrital de Recreación y
Deporte sobre el parque del Japón en Bogotá dan grima y sobre todo preocupan pues talar los árboles del parque
y no considerar su belleza para poner una
cancha de todo y de nada, es ignorar lo que debe ser un parque y un atropello a la ciudad, y a los ciudadanos con
ESMAD y todo. Parafraseando a Antonio Caballero
en Semana (02/02/2019), pobres ciudades
colombianas con esos funcionarios, de alcaldes
para abajo.
Los
parques urbanos actuales, de innegable origen francés (John
Binckerhoff, La necesidad de ruinas y otros ensayos, 1980, p.63) son
terrenos en el interior de una ciudad destinados a prados, jardines y arbolado para recreo y ornato, el que
implica belleza. Pese a que parque y zona
verde se suelen englobar como “área verde” deben ser bien diferenciados. Pueden estar juntos pero no es nada fácil
revolverlos ya que no son lo mismo como pretende
tontamente el ignorante funcionario
mencionado arriba.
El
Parque del Acueducto en Cali, por ejemplo (que habría que unir al del Mirador de Belalcázar), no obstante su
gran tamaño y quebrada topografía es
claramente un parque y no apenas otra zona verde.
Y lo mismo el Parque Nacional en Bogotá, o el de La Alameda, el más antiguo de Quito, conocido antes por los indígenas
como “chuquihuada” (punta de lanza); mientras que El Ávila, que le da un
gran encanto a Caracas, o El Cerro Ancón, a
Panamá, son grandes y populares parques
naturales.
Los parques aparecen en
Colombia después de la Independencia cuando se siembran árboles y
arbustos y se erigen monumentos,
principalmente a Bolívar, en las plazas de pueblos y ciudades, siguiendo el nuevo ideal recién importado
que identificaba lo republicano con lo
francés (Julio Carrizosa, La política ambiental de Colombia, 31/05/ 1992. p.6) y las plazas se llenaron de andenes,
bancas y fuentes, a más de pequeñas actividades
comerciales, remplazándolas como símbolo
urbano.
En los parques las
palmeras y los árboles sirven para conformar sus senderos y dar sombra a sus
bancas, mientras que los arbustos son los
adecuados para conformar sus diferentes recintos, si los tienen, junto con matas de colores y prados
diversos. Y es el conjunto de la
vegetación lo que le confiere a cada parque el carácter propio y belleza que lo identifican, y por
supuesto junto con su tamaño, dependiendo
si es de barrio, sector, ciudad, metropolitano o regional, por lo que su relación con sus vecinos es diferente.
Pero las zonas
verdes, de influencia anglosajona, ya son otra
cosa y que lamentablemente reemplazó a la idea de parque, que la antecedió desde el siglo XIX. Por eso es
necesario definir con claridad su
propósito, y deben ser fundamentalmente constituidas por prado y árboles, y únicamente cruzadas por senderos, y
sólo eventualmente contener diversos
espacios deportivos, los que no deben estar
nunca en los parques pequeños pues alterarían mucho su carácter de tales; y su belleza claro.
Los
árboles y el prado ayudan a mantener frescas las ciudades, actúan como filtros naturales del aire, absorben el ruido,
mejoran el micro clima, minimizan el cambio
climático y embellecen procurando
bienestar y sosiego; e intervienen sobre el ciclo general del carbono, contribuyendo a la salud de sus
habitantes. Y se pueden mantener mediante
eco-pastoreo, reduciendo el uso de herbicidas y cortadoras ruidosas movidas con energía de origen fósil. Parques de
verdad y no recreación de mentiras.
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