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Parques. 23.02.2019


           Las declaraciones del director del Instituto Distrital de Recreación y Deporte sobre el parque del Japón en Bogotá dan grima y sobre todo preocupan pues talar los árboles del parque y no considerar su belleza para poner una cancha de todo y de nada, es ignorar lo que debe ser un parque y un atropello a la ciudad, y a los ciudadanos con ESMAD y todo. Parafraseando a Antonio Caballero en Semana (02/02/2019), pobres ciudades colombianas con esos funcionarios, de alcaldes para abajo.

            Los parques urbanos actuales, de innegable origen francés (John Binckerhoff, La necesidad de ruinas y otros ensayos, 1980, p.63) son terrenos en el interior de una ciudad destinados a prados, jardines y arbolado para recreo y ornato, el que implica belleza. Pese a que parque y zona verde se suelen englobar como “área verde” deben ser bien diferenciados. Pueden estar juntos pero no es nada fácil revolverlos ya que no son lo mismo como pretende tontamente el ignorante funcionario mencionado arriba.

       El Parque del Acueducto en Cali, por ejemplo (que habría que unir al del Mirador de Belalcázar), no obstante su gran tamaño y quebrada topografía es claramente un parque y no apenas otra zona verde. Y lo mismo el Parque Nacional en Bogotá, o el de La Alameda, el más antiguo de Quito, conocido antes por los indígenas como “chuquihuada” (punta de lanza); mientras que El Ávila, que le da un gran encanto a Caracas, o El Cerro Ancón, a Panamá, son grandes y populares parques naturales.

            Los parques aparecen en Colombia después de la Independencia cuando se siembran árboles y arbustos y se erigen monumentos, principalmente a Bolívar, en las plazas de pueblos y ciudades, siguiendo el nuevo ideal recién importado que identificaba lo republicano con lo francés (Julio Carrizosa, La política ambiental de Colombia, 31/05/ 1992. p.6) y las plazas se llenaron de andenes, bancas y fuentes, a más de pequeñas actividades comerciales, remplazándolas como símbolo urbano.

            En los parques las palmeras y los árboles sirven para conformar sus senderos y dar sombra a sus bancas, mientras que los arbustos son los adecuados para conformar sus diferentes recintos, si los tienen, junto con matas de colores y prados diversos. Y es el conjunto de la vegetación lo que le confiere a cada parque el carácter propio y belleza que lo identifican, y por supuesto junto con su tamaño, dependiendo si es de barrio, sector, ciudad, metropolitano o regional, por lo que su relación con sus vecinos es diferente.

          Pero las zonas verdes, de influencia anglosajona, ya son otra cosa y que lamentablemente reemplazó a la idea de parque, que la antecedió desde el siglo XIX.  Por eso es necesario definir con claridad su propósito, y deben ser fundamentalmente constituidas por prado y árboles, y únicamente cruzadas por senderos, y sólo eventualmente contener diversos espacios deportivos, los que no deben estar nunca en los parques pequeños pues alterarían mucho su carácter de tales; y su belleza claro.

            Los árboles y el prado ayudan a mantener frescas las ciudades, actúan como filtros naturales del aire, absorben el ruido, mejoran el micro clima, minimizan el cambio climático  y embellecen procurando bienestar y sosiego; e intervienen sobre el ciclo general del carbono, contribuyendo a la salud de sus habitantes. Y se pueden mantener mediante eco-pastoreo, reduciendo el uso de herbicidas y cortadoras ruidosas movidas con energía de origen fósil. Parques de verdad y no recreación de mentiras.

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