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Osos caleños. 20.04.2019


      Mencionar a Dios para todo, ofendiendo a Dios y no sólo cuando Dios quiere, pasando por alto que este ya es un país laico gracias Dios y como lo quiso Dios, pero no decir adiós sino chao.

    Los desfiles funerarios atravesando la ciudad, pero ya sin plañideras ni coches de caballos y mucho menos con alguna imitación de Jovita Jeijóo, pero si con motos y tiros al aire.

   Los himnos, antes de cualquier evento, como un sencillo foro o conferencia, y no solo para las grandes fiestas nacionales, y llamar arte a las “pintadas” en cualquier muro de cualquier manera.

    Sonreír como idiotas para las fotos a color de la página social del periódico, la que suele aparecer  enfrente de una llena de asesinatos, accidentes y demás cosas horribles pero en blanco y negro.

   Llevar saco y corbata aun cuando haya 32ªC a la sombra, sólo para parecer bogotano y serio, y peor con el saco colgando de la mano o peor en el espaldar de un asiento o peor en una silla.

   La bulla para todo, por todo, de todos, a toda hora, todo día, todos los años, en toda parte, en fin: toda clase de bulla, tan invasiva y aturdidora que ya no es ruido ajeno sino uno propio en el cerebro.

   Los andenes pues en muchas calles simplemente no existen, o son intransitables por los huecos, postes, cambios de nivel y suelos inadecuados y con frecuencia peligrosos; pobres ciegos.

    Los peatones cruzando corriendito las calles por la mitad de la cuadra o, en las esquinas, por detrás de los carros, parados encima del paso peatonal, o caminado por la mitad de la calzada.

   Los carros, los talleres de toda clase, los vendedores ambulantes y los habitantes de la calle estacionados encima de los andenes, o grandes puertas de garaje que abren hacia afuera.

     Los semáforos laterales que aquí se ponen muy altos para que no los vandalicen, pero que al parar al lado ya no se ven y no tienen repetidor, ni se sabe que es, aunque si pitador: el carro de atrás.

     La señalización y demarcación de las vías para el tránsito automotor, todo un oprobio al que nadie hace caso pues además son confusas y contradictoria por lo que es peligroso hacerlo.

    Los narcocarros para seis u ocho persona pero con solo el conductor, generalmente una mujer chiquita, o estas enormes camionetas con su platón sin estrenar y cubierto por una lona.

      Las casas o edificios o apartamentos exactamente iguales o por lo contrario totalmente diferentes, ignorando que en la variedad está el placer y que en la repetición radica el tedio.

    Las “torres” que no lo son, forradas con vidrio como si fueran acuarios, y el hecho es que con frecuencia a veces si hay allí peces gordos y de muy de diversas especies, y sardinas por supuesto.

    Los apartamentos “en medio de la naturaleza” en altos edificios nada naturales pues ignoran el clima y los paisajes naturales de la ciudad, a los que unos tapan a otros y estos a los demás.

    Las playas en el río Cali, tan ridículas que ni se volvió a hablar de ellas, y menos ahora cuando  está prácticamente seco y el costosísimo parque lineal sigue sin terminar o ya se está deteriorando.

     El querer cambiarle la cara a la ciudad cuando al mismo tiempo se niega que sea fea, lo que todos dicen como si no vieran que no es bella y que tampoco recuerdan que lo fue y mucho.

    Decirle a los que la critican que se vayan a vivir a otra parte pero que no disfrutan de lo que hace que estos insistan en vivir aquí, y que por eso la critican: para que sea de nuevo una ciudad.

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