Mencionar a Dios para todo, ofendiendo a Dios y no
sólo cuando Dios quiere, pasando por alto que este ya es un país laico gracias
Dios y como lo quiso Dios, pero no decir adiós sino chao.
Los
desfiles funerarios atravesando la ciudad, pero ya sin plañideras ni coches de
caballos y mucho menos con alguna imitación de Jovita Jeijóo, pero si con motos
y tiros al aire.
Los
himnos, antes de cualquier evento, como un sencillo foro o conferencia, y no
solo para las grandes fiestas nacionales, y llamar arte a las “pintadas” en
cualquier muro de cualquier manera.
Sonreír
como idiotas para las fotos a color de la página social del periódico, la que
suele aparecer enfrente de una llena de
asesinatos, accidentes y demás cosas horribles pero en blanco y negro.
Llevar
saco y corbata aun cuando haya 32ªC a la sombra, sólo para parecer bogotano y
serio, y peor con el saco colgando de la mano o peor en el espaldar de un
asiento o peor en una silla.
La bulla para
todo, por todo, de todos, a toda hora, todo día, todos los años, en toda parte,
en fin: toda clase de bulla, tan invasiva y aturdidora que ya no es ruido ajeno
sino uno propio en el cerebro.
Los
andenes pues en muchas calles simplemente no existen, o son intransitables por
los huecos, postes, cambios de nivel y suelos inadecuados y con frecuencia
peligrosos; pobres ciegos.
Los peatones cruzando
corriendito las calles por la mitad de la cuadra o, en las esquinas, por detrás
de los carros, parados encima del paso peatonal, o caminado por la mitad de la
calzada.
Los carros, los talleres
de toda clase, los vendedores ambulantes y los habitantes de la calle estacionados
encima de los andenes, o grandes puertas de garaje que abren hacia afuera.
Los semáforos laterales
que aquí se ponen muy altos para que no los vandalicen, pero que al parar al
lado ya no se ven y no tienen repetidor, ni se sabe que es, aunque si pitador:
el carro de atrás.
La señalización y demarcación
de las vías para el tránsito automotor, todo un oprobio al que nadie hace caso
pues además son confusas y contradictoria por lo que es peligroso hacerlo.
Los narcocarros para seis
u ocho persona pero con solo el conductor, generalmente una mujer chiquita, o
estas enormes camionetas con su platón sin estrenar y cubierto por una lona.
Las casas o edificios o
apartamentos exactamente iguales o por lo contrario totalmente diferentes,
ignorando que en la variedad está el placer y que en la repetición radica el
tedio.
Las “torres” que no lo
son, forradas con vidrio como si fueran acuarios, y el hecho es que con
frecuencia a veces si hay allí peces gordos y de muy de diversas especies, y
sardinas por supuesto.
Los apartamentos “en medio
de la naturaleza” en altos edificios nada naturales pues ignoran el clima y los
paisajes naturales de la ciudad, a los que unos tapan a otros y estos a los
demás.
Las playas en el río Cali,
tan ridículas que ni se volvió a hablar de ellas, y menos ahora cuando está prácticamente seco y el costosísimo
parque lineal sigue sin terminar o ya se está deteriorando.
El querer cambiarle la
cara a la ciudad cuando al mismo tiempo se niega que sea fea, lo que todos
dicen como si no vieran que no es bella y que tampoco recuerdan que lo fue y
mucho.
Decirle a los que la
critican que se vayan a vivir a otra parte pero que no disfrutan de lo que hace
que estos insistan en vivir aquí, y que por eso la critican: para que sea de
nuevo una ciudad.
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