La gran mayoría somos mestizos de indígenas
conquistados, con ayuda de otras tribus, por españoles, principalmente
andaluces y extremeños descendientes de visigodos conquistados por árabes y
bereberes, o absorbidos por una cultura europea más avanzada, y de negros
esclavizados. Entre más negro o blanco menos descendiente de mayas,
aztecas o incas, ni de otros indígenas sometidos
por esos imperios, o ajenos a ellos, cómo en la Nueva Granada, pues el imperio
Inca conquistó hasta más al norte de Ecuador, y algo diferente, incluyendo el
clima, sucedió más al sur. Pero fueron las nuevas enfermedades que llegaron la
causa de la rápida disminución de los indígenas. (Enrique Serrano, Colombia:
Historia de un olvido, 2018).
Los españoles impusieron el catolicismo, el español y la arquitectura
hispanomusulmana, que el clima volvió “colonial”, los tres instrumentos de la
conquista como ha señalado Fernando
Chueca-Goitia (Invariantes castizos de la Arquitectura
Española / Invariantes en la Arquitectura Hispanoamericana, 1979). Los indígenas aportaron palabras como chuspa (bolsa) o cancha (patio) y sistemas
constructivos como el bahareque o el embutido (techos
de palma o paja y los zócalos de piedra eran conocidos en todas partes) y los
negros, ritmos, sancochos y bellas mulatas. Hispanoamérica les debe algo a todos, incluyendo a los
cristianos-nuevos, y en Colombia a un clima tropical, sin estaciones, en especial
el cálido y medio.
Lo de Latinoamérica (Carlos Alberto Montaner, Las raíces torcidas de América Latina, 2001) lo impusieron los
franceses, para su provecho, después de la independencia, y las nuevas
repúblicas “americanas” lo aceptaron para
separarse más de España, pero seguimos
diciendo español y no castellano como allá. Y después de la II Guerra Mundial los nuevos conquistadores fueron los
norteamericanos que impusieron su versión
“internacional” de la arquitectura
moderna europea, como en otras partes, con sus rascacielos y malls, y el inglés como lengua franca de tantos snobs, y
nuevas costumbres, como los bluyines (ya aparece
en el DLE), el Halloween y el “in” para estar “open” al “marketing” de la moda arribista.
Por eso, en lugar de culpar imbécilmente a Colón, como algunos
norteamericanos, o pedir populistamente al Rey y al Papa que pidan perdón, como ahora hace AMLO, copiándolos, lo
que hay que hacer es exigirle a Trump (es
un decir, claro) que se ocupe del consumo de coca allá y no que nos obligue a fumigar a sus productores aquí hasta
que también la cultiven allá como ya paso con la
mariguana.
Por supuesto seguir el civilizado ejemplo de
Uruguay y legalizar las drogas para de
verdad poderse ocupar de los drogadictos como un problema de salud pública y no multar ridículamente sólo a unos cuantos en los parques, pues aquello tan colonial de que se acata pero no se
cumple aún esta
corruptamente vigente.
Y en
lugar de seguir copiando la arquitectura de penúltima moda y la forma gringa de habitar en ella, recuperar
nuestras tradiciones urbano
arquitectónicas y su disfrute, comenzado por los vergeles andaluces y las hamacas tan del trópico del Nuevo Mundo como el tabaco, y la papa y el
tomate de las ricas tortillas españolas y frescos gazpachos y salmorejos, que aquí deberíamos disfrutar pues son tan
nuestros como el delicioso ajiaco. Porque
lo que más tenemos pero que menos hemos
entendido son las muchas posibilidades de nuestras transculturaciones, en lo
que constituiría el ser y existir como los hispanoamericanos que somos. Ojalá (Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y
salir de la modernidad, 1990).
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