Fachadas que salen, se retroceden, o cambian
considerablemente de altura dejando a la vista feas culatas desde el primer
piso; voladizos que invaden descaradamente el espacio urbano público; andenes
que cambian de dirección en pocos metros; inconvenientes pequeñas esquinas
ochavadas, vías con carriles que de pronto son más anchos invitando a
estacionarse en donde no se debe, y que no tienen continuidad. Muelas todas
producto de los cambios permanente de las normas urbano arquitectónicas, como a
su incumplimiento cada vez mayor, al punto de que se estima que más de la mitad
de las construcciones de la ciudad no cuentan con la licencia respectiva.
Muelas
que tornan inseguras las calles; que dificultan su correcto funcionamiento; que
no hacen agradable su uso; y que son las responsable de lo muy feas que son
tantas calles en Cali. Es como si no se entendiera que una calle
no es apenas un espacio urbano lineal que permite la circulación de personas y
vehículos, y da acceso a los edificios que se encuentran a ambos lados, sino
que es, con las plazas, parques y monumentos, la ciudad misma, y lo que las
identifica. Cada ciudad tiene las suyas y se recuerdan por ellas pero Cali ya
no tiene ninguna de las varias que tuvo, pues las muelas fueron acabando poco a
poco con todas, triturando de paso la ciudad.
Hace
más de veinte años se logró cambiar la norma que obligaba a retroceder los
nuevos paramentos en el Centro y San Antonio, dizque para ampliar sus calles,
pasando por alto su carácter patrimonial, y por lo contrario ahora se permite
sacar las fachadas al paramento predominante en cada calle. Lo mismo habría que
hacer en toda la ciudad, poniendo fin a las muelas, y, además, nunca se pudo
ampliar toda una vía siguiendo ese procedimiento; y menos ahora cuando cada vez
más ciudades en el mundo están restringiendo el tránsito vehicular en sus
centros o limitándolo a vehículos eléctricos más pequeños, al tiempo que
mejoran sus transportes colectivos, integrados y públicos.
Por otro lado, en muchas fachadas se
busca que no parezcan de aquí sino de allá; o sencillamente desconociendo la
imagen tradicional de la ciudad, su paisaje y su clima, con una infortunada
interpretación de la arquitectura moderna, que llevó, entre otras cosas, a la
eliminación de las techumbres y los aleros, al tiempo que propiciaba los
voladizos invasores, las grandes culatas, y las mayores alturas de los
edificios ignorando sus vecindarios sin vías, estacionamientos y
alcantarillados suficientes para las nuevas densidades, y generando muelas de
todo tipo y por toda parte, cuyas implicaciones sociales y económicas, y por lo
tanto culturales, ni siquiera se sospechan.
El
resultado es que la belleza y
la animación de las calles de la ciudad, las que están definidas por sus
fachadas urbanas, y que son bellas por la regularidad de sus paramentos, y
animadas por sus usos complementarios, se ha degradado a tal punto que con
frecuencia se llega al caos visual, la algarabía acústica y el desorden
ciudadano de motos, carros, bicicletas, carretas, peatones, vendedores y
comercio ilegal. Al punto de ser esta una ciudad llena de muelas que sirven no para triturar los
alimentos sino las calles; es como si a los que la administran desde el sector
público, como privado, aún no les hayan salido las muelas llamadas del juicio o
cordales (de cordura).
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