Dice el DLE que la fachada es el paramento exterior de un
edificio, especialmente el principal, y que culata es la parte posterior o más
retirada de algo. En Colombia se les dice “culatas” a las fachadas laterales
sin terminado de los edificios, y sin duda es lo que más afea sus ciudades
junto con algunas fachadas principales (las que dan a las calles) que pueden
incluso ser peores. Basta con recordar las partes centrales de las ciudades más
bellas del mundo, principiando por sus amplios centros históricos, para
comprobar que en ellas no hay culatas ni fachadas extravagantes, salvo las
pocas de la arquitectura espectáculo de finales del siglo XX, y la mayoría de
estas en edificios exentos.
Pero no es sólo porque existan normas al respecto, sino
porque en otras partes no se practica tanto como aquí la peculiar industria de
la construcción con obsolescencia programada, que lo es pese a que las
construcciones no tengan fecha exacta de caducidad. Las casas se demuelen para
hacer edificios pequeños y estos para levantar “torres” más altas, dejando en
cada caso grandes culatas con la disculpa de que los vecinos también
construirán y las taparán; pero lo que casi siempre sucede es que aparecen
nuevas culatas en el otro sentido pues las normas se cambian frecuentemente
permitiendo cada vez más altura, o no se respetan, dejando casi siempre culatas
de muchos pisos por muchos años.
Para evitar que la proliferación de las culatas continúe se
podrían aplicar unas cuantas medidas: que las fachadas laterales tengan los
mismos terminados que predominen en la principal; que no tengan más de uno o
dos pisos según el caso; que puedan tener ventanas provisionales, siempre y
cuando no perturben la privacidad de los vecinos y que serán selladas por
futuras construcciones al lado; que las fachadas laterales estén siempre
retiradas a partir de una plataforma básica, norma que ya existe parcialmente
pero que poco se cumple. Y de todas maneras no bastaría con más y mejores
ya que el asunto no es desde luego para nada elemental.
Es una realidad geográfica e histórica y por tanto cultural. Pocas
partes en el mundo tienen tantas ciudades y pueblos al lado de altas y verdes
cordilleras como son las andinas, por lo que el entorno natural saca la cara
por la buena imagen urbana; en pocas partes las ciudades han crecido tanto y
tan rápido como aquí, y a partir de desplazados, voluntarios e involuntarios,
del campo; y por lo que no hay una cultura urbana ni una educación cívica ni de
urbanidad, por lo que la belleza de las ciudades se soluciona con una mentira más:
cada una es linda para los suyos y en ellas son los seres más felices del mundo
pues para ellos no hay nada feo, ni ético, debido a la cultura mafiosa
originada por el narcotráfico.
Parecería, pues, que muchos se contentaran en
las ciudades con sus bellos paisajes de montañas, quebradas y sonoros ríos de
alta pendiente, y su vegetación. Pero en realidad acaban cada vez más con quebradas,
ríos y vegetación. Hacen turismo pero pareciera que no vieran sino lo que les
muestran los guías, y en general prefieren ver a la gente que a la ciudad. Poco
se ha preguntado por qué las ciudades bellas lo son, aparte de sus grandes
monumentos a los que aquí no están acostumbrados. Ignoran que lo bello lo es
por la perfección de sus formas, que complace a la vista, o al oído y, por extensión, al espíritu. Mientras tanto en nuestras ciudades nos seguirá saliendo el tiro por
la culata.
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