En Cali,
como en todas las ciudades del país, hay que dar mucha más importancia al
tema urbano arquitectónico, ya que es el artefacto en el que sucede lo
socio económico, es decir, son el escenario de su cultura, como dijo Lewis
Mumford (La cultura de las ciudades,
1938). Y con más ética y menos estética, ya lo señaló Massimiliano
Fuksas, comisario de la Bienal de Venecia de 2000, es decir, una
verdadera estética y no un simple espectáculo muy costoso y poco
durable.
Los
peatones no necesitan “vías” para ellos sino andenes anchos, llanos, sin
obstáculos ni vendedores, libres y arborizados de forma apropiada y
regular, con pasos pompeyanos y sin cables aéreos, que además de facilitar
su movilización a la sombra, les permita encontrarse con los otros
ciudadanos y disfrutar de la belleza que le darían a las calles, que tanta
falta les hace debido a su maltrato y obsolescencia inducida que llevan a
feas culatas y una exagerada irregularidad de alturas.
Las
bicicletas sí que necesitan vías para ellas en las avenidas, como parte de
sus andenes, pero separadas de los peatones por su arborización en fila,
la que además impediría que se trepen los carros en ellos para estacionar.
En las calles de más de dos carriles, demarcar una ciclovía por el de la
derecha que además sirva para que los carros y taxis paren a recoger pasajeros
y para hacerse al lado al cruzar a la derecha; y en las de un solo carril,
que circulen en fila y únicamente por la derecha.
Los
carros necesitan un sistema vial completo y permanente que no dependa del
cambio de usos del suelo, lo que implica desde luego que este igualmente
lo sea, y que abarque toda el área metropolitana de hecho no
limitado apenas al Municipio. Y basado en la continuidad de las vías
norte-sur y este-oeste, debidamente demarcadas y desde luego sin huecos, y
con cruces a nivel con olas verdes generadas por menos semáforos pero más
“inteligentes” y debidamente coordinados.
Los
taxis necesitan sitios de espera, los que deben ser obligatorios y
propios, no parte de las calles, en todos los usos del suelos que los
precisen, como lo son universidades, hospitales, centros comerciales,
supermercados. Pero igualmente en las vías públicas, en donde sea
pertinente, como en las paradas del tren de cercanías, y no altere su tránsito normal, pues cada vez, como en todas
partes, se usaran usarán mucho más los taxis y los bienvenidos carros y
bicicletas de alquiler; y se caminará más.
Las
motos, junto con los peatones, son los que más necesitan un sistema
integrado de transporte público, lo que reduciría mucho su actual
necesidad, quedando su uso en buena parte concentrado en las afueras de la
ciudad, para llegar a las terminales del tren de cercanías y dejarlas allí
hasta el regreso. Y controlar, con fuertes multas, que únicamente circulen
por los carriles derechos de las vías, y no zigzagueando peligrosamente
entre los carros o trepándose a los andenes para estacionar.
El
problema es que todo esto es demasiado sencillo para los que ven en la
ambigüedad y la improvisación una oportunidad para la corrupción, o que no
entienden que “la ética consiste en dar importancia universal a ciertos
deseos que son generalizables” como piensa Fernando Brocano (Russel / Conocimiento y felicidad,
2015), o que ingenuamente creen que los puentes, que hace tiempos se
entierran en todas partes o se limitan apenas a la periferia, son la
solución “ideal”.
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