La
concordancia de las descripciones de los espacios en la novela de Jorge Isaacs con
los de la casa real de la Hacienda de El Paraíso, es bien
poco importante. "La única razón de la novela es decir aquello que tan
sólo la novela puede decir […] la novela no examina la realidad sino la
existencia", ha señalado Milan
Kundera (El arte de la novela.
Tusquets, 1987. pp. 47-53). Es el caso de la Casa
de la Sierra -como es nombrada en la novela de Jorge
Isaacs-
llena de muebles, adornos y rosales que nunca tuvo, y de “sucesos” inventados,
como llegar hasta decirles a turistas, los que seguramente muchos ni conocen la
novela, que los protagonistas de María habitaron
allí.
Como
se la describe en La arquitectura de las
casas de hacienda en el Valle del alto Cauca, 1994, del
autor de esta columna y Francisco Ramírez, la Casa de la Sierra está localizada
en el piedemonte de la Cordillera Central, cerca de El Cerrito, y es la más
conocida y visitada de las casas de hacienda de la región. La casa actual tuvo
origen cuando dos años después en la partición de la gran hacienda de
Piedechinche en 1826, se remodeló y amplio la vieja casa de potrero allí
existente, aunque es posible que fuera antes, en 1815, pues las fechas
suministradas por Cortuvalle y otras fuentes difieren.
En
1854, o en 1828, la nueva hacienda pasó
a manos de George Henry Isaacs Adolfus, padre del escritor, quien la conservó
hasta 1858 (Amparo Vargas de Jaramillo, Museo
de la Caña de Azúcar / Hacienda Piedechinche, 1981. pp.18 y 19; y Ricardo
Rodríguez Morales: Jorge Isaacs
(1837-1895), mucho más que un novelista, 1995, pp. 4 y ss.). En 1934 fue
convertida en museo, y en 1954 el pintor Luis Alberto Acuña acometió su primera
restauración. En 1953 el Departamento del Valle la adquirió junto con las
tierras que la rodean, y entre 1987 y 1988 se llevó a cabo la última de las
intervenciones, a cargo del arquitecto restaurador José Luis Giraldo.
Su
caracterización como casa de hacienda es del período de transición, concordando
con la época de su primera remodelación. Como todas las casas de la loma, está
orientada hacia el paisaje del valle, sobre el que tiene una de las más
privilegiadas vistas de la región y sus bellos atardeceres, la que
se potencia al estar la casa levantada sobre un semisótano al que se accede
desde afuera, semisótanos parciales que, aunque no fueron muy frecuentes,
también se presentan en las casas de Hatoviejo (del período Colonial) y La
Esmeralda (del período Republicano), y este es similar al de la casa de la
hacienda de Fusca en la Sabana de Bogotá.
Dos
naves conforman su planta en "L", y el presumible corredor periférico
inicial fue separado en un corredor principal al frente, uno lateral y externo, y otro interior sobre
los costados del patio, al que la entrada a caballo conducía a la pesebrera localizada
allí. Mientras que la escalinata de la fachada principal, actual entrada a la
casa, era la salida al gran corral frontal, hoy jardín, y a la vista, como
corresponde a la visión romántica de la naturaleza de la Generación
Republicana. Sus muros principales son de adobe y su cubierta de par y nudillo
se prolonga sobre los corredores. Se conservan bellos pisos, algunos en tablón
hexagonal, aunque no todos son antiguos. Los piederechos y zapatas, colocados a
distancias regulares, son tallados y, hasta su última restauración, se encontraban
pintados de verde, como era corriente hacerlo desde el siglo XIX.
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