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La casa de María. 21.10.2017


     La concordancia de las descripciones de los espacios en la novela de Jorge Isaacs con los de la casa real de la Hacienda de El Paraíso, es bien poco importante. "La única razón de la novela es decir aquello que tan sólo la novela puede decir […] la novela no examina la realidad sino la existencia",  ha señalado Milan Kundera (El arte de la novela. Tusquets, 1987. pp. 47-53).  Es el caso de la Casa de la Sierra -como es nombrada en la novela de Jorge Isaacs- llena de muebles, adornos y rosales que nunca tuvo, y de “sucesos” inventados, como llegar hasta decirles a turistas, los que seguramente muchos ni conocen la novela, que los protagonistas de María habitaron allí.
                                                                                                                                                                          Como se la describe en La arquitectura de las casas de hacienda en el Valle del alto Cauca, 1994, del autor de esta columna y Francisco Ramírez, la Casa de la Sierra está localizada en el piedemonte de la Cordillera Central, cerca de El Cerrito, y es la más conocida y visitada de las casas de hacienda de la región. La casa actual tuvo origen cuando dos años después en la partición de la gran hacienda de Piedechinche en 1826, se remodeló y amplio la vieja casa de potrero allí existente, aunque es posible que fuera antes, en 1815, pues las fechas suministradas por Cortuvalle y otras fuentes difieren.
                                                                                                                                                                          En 1854, o en 1828,  la nueva hacienda pasó a manos de George Henry Isaacs Adolfus, padre del escritor, quien la conservó hasta 1858 (Amparo Vargas de Jaramillo, Museo de la Caña de Azúcar / Hacienda Piedechinche, 1981. pp.18 y 19; y Ricardo Rodríguez Morales: Jorge Isaacs (1837-1895), mucho más que un novelista, 1995, pp. 4 y ss.). En 1934 fue convertida en museo, y en 1954 el pintor Luis Alberto Acuña acometió su primera restauración. En 1953 el Departamento del Valle la adquirió junto con las tierras que la rodean, y entre 1987 y 1988 se llevó a cabo la última de las intervenciones, a cargo del arquitecto restaurador José Luis Giraldo.
                                                                                                                                                                          Su caracterización como casa de hacienda es del período de transición, concordando con la época de su primera remodelación. Como todas las casas de la loma, está orientada hacia el paisaje del valle, sobre el que tiene una de las más privilegiadas vistas de la región y sus bellos atardeceres, la que se potencia al estar la casa levantada sobre un semisótano al que se accede desde afuera, semisótanos parciales que, aunque no fueron muy frecuentes, también se presentan en las casas de Hatoviejo (del período Colonial) y La Esmeralda (del período Republicano), y este es similar al de la casa de la hacienda de Fusca en la Sabana de Bogotá.
                                                                                                                                                                         Dos naves conforman su planta en "L", y el presumible corredor periférico inicial fue separado en un corredor  principal al frente,  uno lateral y externo, y otro interior sobre los costados del patio, al que la entrada a caballo conducía a la pesebrera localizada allí. Mientras que la escalinata de la fachada principal, actual entrada a la casa, era la salida al gran corral frontal, hoy jardín, y a la vista, como corresponde a la visión romántica de la naturaleza de la Generación Republicana. Sus muros principales son de adobe y su cubierta de par y nudillo se prolonga sobre los corredores. Se conservan bellos pisos, algunos en tablón hexagonal, aunque no todos son antiguos. Los piederechos y zapatas, colocados a distancias regulares, son tallados y, hasta su última restauración, se encontraban pintados de verde, como era corriente hacerlo desde el siglo XIX.

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