De La historia
de los árabes, 1991, de Albert Habib Hourani (Manchester 1915-1993), intelectual libanés-británico, quien estudió filosofía, política y
economía en Oxford, dice Edward Said, fundador con Daniel Barenboim, de la West-East Divan Orchestra, que es “una historia
realmente accesible y sin prejuicios de los árabes”. Y hoy en día muy de
actualidad, precisamente.
Su
punto de vista sobre la casa árabe es de interés en Iberoamérica pues es el origen de sus
casas tradicionales (pp. 166 a 169), de las que hay tanto que aprender en
términos de sostenibilidad, tan necesaria ahora, y porque constituyen el
contexto histórico de pueblos y centros históricos, que se están destruyendo
sin ver sus consecuencias para la identidad de sus habitantes con ellos, y por
lo tanto su convivencia en paz.
Lo típico era que la casa
árabe, a partir de la tradición greco romana del Mediterráneo, se levantara
alrededor de un patio con talleres en la planta baja, y escaleras a las dos o
tres plantas altas en donde había apartados con diversas habitaciones,
terminando en las características azoteas de las ciudades del Magreb, las que
curiosamente no menciona Hourani. Azoteas escalonadas
que forman un gran espacio común transitable como precisa el crítico Carlos
Jiménez, que ahora habita allá.
Y que aquí aún se pueden
encontrar en Santa Marta y algunas pocas en Cartagena. Pues el caso es que el
relieve, clima y vegetación del trópico en Iberoamérica, pronto las modificó,
dejando las casas apenas de una o dos plantas y cubiertas por grandes y
protectoras techumbres, eso sí, de teja árabe, que después, ya en el interior
del país, generaron amplios aleros protectores, junto con las aceras, de las
fachadas y los peatones.
Allá en el campo los animales ocupaban las plantas bajas y encima
se depositaban los cereales. La sala principal estaba en el piso más alto, de
modo que gozara de mejor ventilación y mejores vistas. Como aquí en cualquier
casa de hacienda colonial, que en el plan del valle del río Cuca fueron de
“alto” es decir de dos pisos, mientras que en la “loma” bastaba una sola
planta.
A las casas árabes se llegaba por una callejuela que salía de una
calle principal, y salvo el tamaño de la puerta, nada revelaba la riqueza de
sus habitantes, ni provocaba la envidia de los gobernantes o la curiosidad de
los transeúntes, impidiendo ver sus interiores mediante circulaciones acodadas.
Eran para vivirlas adentro, apartadas de lo público. Igual que aquí en las
casas coloniales, o de tradición colonial después, que suelen ser de medios
patios y solar, que están separadas de la calle por un zaguán.
En esencia, las ciudades son un conjunto de seres humanos que
viven juntos de una manera determinada como dice Eric Hobsbawm (Sobre
la historia, 1997, p. 96). Ciudades antes conformadas en su mayor parte por
casas y ahora por edificios de apartamentos, pero unas y otros al fin y al cabo
viviendas, por lo que es más que útil conocer su origen y cultivar su tradición,
reinterpretándola.
Como
dice El Corán: “El interior de tu casa es un santuario: los que lo violen
llamándote cuando estás en él, faltan al respeto que deben al intérprete del
cielo. Deben esperar a que salgas de allí: la decencia lo exige.” (Versículos 4
y 5, capitulo XLIX, conocidos como “El Santuario”). Pero se olvidó cuando
aquí el “apartament” americano se puso de moda después de la II Guerra
Mundial. “A set of rooms for living in, including a
kitchen, usually on one floor of a building.”
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