Lo correcto hubiera sido
que los gobernadores sí fueran de elección popular pero que ellos nombraran a
los alcaldes, como se hacía antes, para que administraran las ciudades
localizadas en sus respectivos departamentos. No como ahora cuando la política,
la que poco es tal, se reduce cada vez más a las polis, que tampoco lo son del
todo, y la que sólo tendría sentido, y sería una verdadera política, cuando se
constituyan verdaderas áreas metropolitanas.
Pero el punto es que en cualquiera de los dos casos habría que comenzar por
replantear los límites físicos de los departamentos y de sus respectivos
municipios, actualmente todo un despropósito.
Por ejemplo, el Departamento del Valle del Cauca, cuya
mitad occidental, la del Pasífico,
debería ser sencillamente otro departamento, mientras que la oriental no
corresponde con el valle del rio Cauca, parte del cual está en los
departamentos de Risaralda, al norte, y Cauca al sur, y cuyos límites deberían
estar en la partición de aguas de las dos cordilleras que lo conforman. Por supuesto
una nueva división política administrativa ya ha sido planteada en Colombia
hace muchos años pero ahora igualmente sería necesario complementarla pensando
en las aéreas metropolitanas que se deberían conformar en varios de los
departamentos actuales.
Gobernadores que estarían designados por los diputados
de las asamblea de sus respectivos departamentos, elegidos estos sí por voto
popular, y alcaldes designados por los concejales igualmente elegidos por voto
popular. La equivocación actual es que el “pueblo” elige un “rey” que no puede
mandar en un “reino” que no es el suyo, como es el caso de Cali cuando cerca de
la mitad de la ciudad real está en otros municipios e incluso en otro
departamento, y que cada cuatro años muerto el “rey” que viva el “rey” y de
nuevo a improvisar; a hacer algo de pronto sin estudio ni preparación, o por lo
contrario no hacer nada cuando los estudios si lo demandan.
Lo que no se ha entendido es que este país pasó en
menos de un siglo de ser todo él mayoritariamente rural, a serlo de ciudades en
su mitad occidental, y que en esta parte varias de ellas ya son grandes
ciudades que involucran áreas metropolitanas de hecho. Es decir, que su
política va por un lado y su realidad por otro, como ha sucedido históricamente
desde la Colonia, generando su corrupción creciente hoy exacerbada por la
inútil e impuesta penalización de las drogas en lugar de enfrentarlas como un
asunto de salud pública como en Portugal y Uruguay para hablar solo de los
culturalmente más cercanos. Realidad socioeconómica que lamentablemente oculta
su realidad urbana cultural.
Volviendo al valle del río Cauca, debería ser claro que
se debería dividir en varias áreas metropolitanas, reviviendo el viejo sistema
de mediados del siglo XX de ciudades unidas por el ferrocarril, localizadas
ahora a cada lado del rio Cauca, pero que este sea protegido por amplios
cinturones verdes a los dos lados, y no como ahora cuando en el caso de Cali no
solo se dejó invadir el jarillón sino que se ha permitido la urbanización hasta
el, y sin importar que sean áreas por debajo del nivel del río y que
constituían sus naturales humedales. ¿Cuándo se entenderá que este maravilloso
valle, por su localización, tamaño, clima y paisajes, es un reino de este
mundo?
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