Las fachadas no son los vestidos de los edificios, y los edificios
vestidos sólo son aquellos a los que se les ha cubierto su fachada cambiando
sus terminados, pues otra cosa es remodelarlas porque han cambiado de uso y el
nuevo así lo exige. Y así como el vestido dice mucho de quien lo lleva, las
fachadas informan sobre los habitantes del edificio respectivo. Mientras que
fachada es el paramento exterior de un edificio, especialmente el principal, vestido es la prenda exterior con que se cubre
el cuerpo para guarecerlo, defenderlo o adornarlo, es
decir según un propósito; o
para disfrazarlo y disimular artificiosamente la realidad de algo añadiéndole adornos.
Es lo que han hecho los nuevos usuarios de San Antonio que
disfrazan sus nuevos negocios, muchos sin los permisos requeridos, poniéndoles colores a las fachadas originalmente encaladas de sus
más viejas casas, y al parecer no entienden que es el único de los
tradicionales barrios de Cali que sobrevive y que por eso es tan importante conservarlo.
En su arquitectura de tradición colonial sus escuetas calles son de gran
belleza, pero para muchos no significan nada o no tienen la sensibilidad para
apreciarlas, y no faltan los que identifican los colorinches con la alegría
impuesta junto con la salsa espectáculo –no la auténtica de los barrios
populares- a partir de mediados del siglo XX.
Igual que se
impuso en el mundo una arquitectura espectáculo en la que los edificios ya no
presentan fachadas sino que son vestidos a la moda, cuya copia en Colombia sencillamente los disfraza,
como es el caso de la Biblioteca España
en Medellín, cuyo negro disfraz, muy premiado pero mal cocido, se desprendió
dejando a la vista un edificio común y corriente y ni siquiera libre de errores
de diseño. Al parecer muchos nuevos arquitectos prefieren diseñar disfraces que
proyectar fachadas, por lo que prefieren el Guggenheim de Bilbao al de Nueva
York, según cuenta Anatxu Zabalbeascoa (Los
mejores arquitectos eligen los mejores edificios del siglo XX, El País,
Madrid, 26/02/2019).
Y el quid del
asunto radica justamente en que quien los escogió como los mejores arquitectos
y a cuenta de qué muchos de ellos asumen el papel de críticos de la
arquitectura cuando sólo un par han publicado libros al respecto. Para ellos,
por ejemplo, no existen las Torres del Parque de Rogelio Salmona pues
simplemente no las conocen, lo mismo que aquí muchos de los que tanto admiran
el despropósito de Bilbao simplemente no han estado allá, lo mismo que ignoran
el grato ejemplo de Geoffrey Bawa. El hecho es que cada vez hay más arquitectos
graduados por las universidades pero menos revistas serias de arquitectura y
menos estudiosos y críticos de la misma.
Todo esto
atañe a algunos funcionarios de Cali que poco diferencian fachada y vestido, y
a una minoría de vecinos de San Antonio a los que los disfraces les parecen
apropiados para cualquier ocasión y los confunden con los vestidos, y los
adornos con perendengues ya de poco valor, con los que completan su facha. Se
trata de una disrupción cultural, lo peor en una comunidad construida con la
lengua, la arquitectura y la religión como señalo Fernando Chueca Goitia (Invariantes
castizos de la Arquitectura Española [e] Hispanoamericana, 1979) pero
mientras la religión se pude abandonar, la lengua y la arquitectura no, a menos
de que se cambie de ciudad...o la ciudad.
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