Del latín chaos, y
este del griego chaos,
'abertura', 'agujero', es ese estado amorfo, indefinido e imprevisible, pero que en este caso es
posterior al anterior ordenamiento urbano, generando mucha confusión y desorden
y por lo tanto inseguridad y un comportamiento poco cívico. Pero que en Cali no
es imprevisible dado su muy rápido crecimiento que ha impedido que sus nuevos
habitantes, provenientes, ellos o sus padres o abuelos, del campo y pequeños
pueblos, sean verdaderos urbanitas, es decir, que viven acomodados a los usos y
costumbres de las ciudades, de los que cada una tiene variaciones propias que
las caracterizan mediante un conjunto de normas, implícitas o explicitas, y
parte de su cultura urbana.
Por ejemplo los usos del suelo, los que antes
se complementaban en los barrios, casas y tiendas de esquina y algún taller y
si acaso un convento, quedando el equipamiento urbano concentrado en el Centro,
catedral, alcaldía, ahora son muchos los usos y se instalan en cualquier parte,
o se concentran en sectores siguiendo sin criterio la sectorización del
urbanismo moderno. No importan las molestias de todo orden que ocasionen a los
vecinos: carros mal estacionados en andenes y antejardines, motos ruidosas,
ruido y olores, ajenos, gente extraña, inseguridad, exceso de animación en el
día y de soledad por la noche o lo contrario, alterando la grata y tradicional
vida urbana en las calles.
Ni que decir del caos que significan alturas
tan desiguales en cualquier parte, “moda” más especulativa que puramente
comercial de los nuevos edificios, agravado por que estos dejan casi siempre
feas culatas por dos de sus lados, al punto de que Cali es la ciudad campeona
mundial de las culatas, y creando servidumbres que afectan patios y jardines y
la privacidad de los vecinos, congestionan las calles y servicios públicos
existentes, tapan los cerros y la cordillera y atajan las brisas que bajan de
ella y, lo peor de todo, cambian periódicamente la imagen urbana de los diferentes
sectores de la ciudad sumiéndola en una caótica cotidianidad.
O, como si no bastara con el caos de alturas y
culatas se cambian caprichosamente las fachadas, y no solo su color, sin
considerar que en tanto parte del espacio urbano son públicas; o se cubren de
“pintadas” o de supuesto arte urbano cuando en realidad casi nunca es una cosa
o la otra, o de avisos desmesurados, y está la abominable propaganda engañosa
en invasivas vallas aéreas, o sobre las culatas lo que las hace peores; y la
arborización, por su parte, en lugar de dar unidad a las calles suele ser
caótica pues cada cual siembra el árbol que se le da la gana. Y por supuesto
casi todo en contra de las normas existentes que ni siquiera se acatan si no
que se ignoran.
Pero en Cali muchas normas suelen ser
absurdas, confusas, contradictorias, anti técnicas y cambiantes, y no a largo
plazo sino a merced del negocio, la corrupción o las modas, o sencillamente no
se cumplen pues la falta de control es abrumadora, lo que poco les importa a
unos habitantes que aún no son verdaderos ciudadanos, es decir urbanitas. Es
urgente un plan urbano a largo plazo y una educación cívica permanente al
respecto para que los ciudadanos, ahora sí, sean los primeros responsables de
que se cumpla, por supuesto con las correcciones que sean necesarias, mas
siempre pensando en el orden, coherencia, organización y claridad de la
ciudad. ¿Será que si se trata de un agujero urbano y no negro si sale algo de
él?
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