La mayoría de las obras de arquitectura que se
publicitan en las revistas (incluyendo las especializadas) y los periódicos,
como igual en las conferencias, son fotografías de edificios exentos en
entornos que poco se ven, y la mayoría de estas son vistas exteriores y son muy
escasas las interiores, y más aún los planos que se muestran. Siendo la
arquitectura fundamentalmente un asunto de recorridos y espacios, y que la gran
mayoría de ella está entre medianeras en las ciudades, no queda más remedio que
hablar de fraude pues con esa “información” se “inspiran” muchos arquitectos,
es la que ven muchos estudiantes, y la que muchos promotores utilizan para
venderla en el mercado inmobiliario.
Esta
acción, contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona
contra quien se comete (DLE) es a la que se refiere Avelina Lésper en El fraude del arte contemporáneo, 2015,
donde rebate la idea de que el “significado” prevalece sobre las obras,
cuestiona la enorme distancia entre las propuestas y las obras, y denuncia su
copia. Algo similar pasa con esa arquitectura en la que prima la arbitrariedad
de sus formas, gracias al gran desarrollo de los sistemas de construcción, y no
su objetividad, de lo que habla Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, 2012, aunque, curiosamente, no se
refiera a la arquitectura, precisamente llamada así.
Además
están las trampas. “El atajo, el esguince para evadir la norma en beneficio
propio sacrificando el interés público [con] un solo propósito: obtener mayores
beneficios económicos,” al que se refiere María Elvira Bonilla (Las trampas de la Sagrada Familia, El
País, Cali 26/10/ 2017) hablando de un viejo colegio que “debía preservase como
un bien de interés público con valor patrimonial que obligaba una renovación
respetuosa que enalteciera el edificio al tiempo de aprovecharlo para su nuevo
uso comercial [y] todo sonaba promisorio hasta que apareció la trampa”. Es
decir, la contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de
eludirla, con miras al provecho propio (DLE).
Y
están las mentiras, esa expresión o manifestación contraria a lo que se sabe,
se piensa o se siente (DLE). Como decir que se ha salvado una construcción a
pesar de haber demolido buena parte de la misma. Igualmente se anuncian
apartamentos “en medio de la naturaleza” o en “donde crece la vida campestre”
pero rodeados de otros edificios; o “un derroche de lujo” o sea
malgastar dinero; o “diseño y exclusividad a la altura de sus sueños” o
“altura y confort” para “vivir sin límites” o “Piscina para su familia” pero
llena de vecinos. Nada se dice de las bondades de la arquitectura en términos
de resistencia sísmica, evacuación de emergencia, accesibilidad, sostenibilidad,
climatización pasiva, o respecto por el entorno.
Sin
embargo, a diferencia del fraude en el arte, que sólo afecta a los que se dejan
embaucar, aunque también a los que precisan de verdadero arte y ya no lo hallan,
el de la arquitectura le llega a todo el mundo al perturbar las ciudades en
varios sentidos. Como muchos animales, el ser humano requiere para vivir de
aire, agua y alimento pero también cobijo y protección, y por eso buscó refugio
en las cuevas; o recortó árboles en el bosque para conformar abrigos, lo que lo
llevó después a su construcción con piedras y, a continuación, a la
arquitectura. Y con esta conformó los espacios urbanos privados y públicos de
las ciudades, sin los cuales ya no podría vivir más de la mitad de la
humanidad.
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