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¿Fraude? 11.11.2017


       La mayoría de las obras de arquitectura que se publicitan en las revistas (incluyendo las especializadas) y los periódicos, como igual en las conferencias, son fotografías de edificios exentos en entornos que poco se ven, y la mayoría de estas son vistas exteriores y son muy escasas las interiores, y más aún los planos que se muestran. Siendo la arquitectura fundamentalmente un asunto de recorridos y espacios, y que la gran mayoría de ella está entre medianeras en las ciudades, no queda más remedio que hablar de fraude pues con esa “información” se “inspiran” muchos arquitectos, es la que ven muchos estudiantes, y la que muchos promotores utilizan para venderla en el mercado inmobiliario.

          Esta acción, contraria a la verdad y a la rectitud, que perjudica a la persona contra quien se comete (DLE) es a la que se refiere Avelina Lésper en El fraude del arte contemporáneo, 2015, donde rebate la idea de que el “significado” prevalece sobre las obras, cuestiona la enorme distancia entre las propuestas y las obras, y denuncia su copia. Algo similar pasa con esa arquitectura en la que prima la arbitrariedad de sus formas, gracias al gran desarrollo de los sistemas de construcción, y no su objetividad, de lo que habla Mario Vargas Llosa en La civilización del espectáculo, 2012, aunque, curiosamente, no se refiera a la arquitectura, precisamente llamada así.

          Además están las trampas. “El atajo, el esguince para evadir la norma en beneficio propio sacrificando el interés público [con] un solo propósito: obtener mayores beneficios económicos,” al que se refiere María Elvira Bonilla (Las trampas de la Sagrada Familia, El País, Cali 26/10/ 2017) hablando de un viejo colegio que “debía preservase como un bien de interés público con valor patrimonial que obligaba una renovación respetuosa que enalteciera el edificio al tiempo de aprovecharlo para su nuevo uso comercial [y] todo sonaba promisorio hasta que apareció la trampa”. Es decir, la contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio (DLE).

          Y están las mentiras, esa expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente (DLE). Como decir que se ha salvado una construcción a pesar de haber demolido buena parte de la misma. Igualmente se anuncian apartamentos “en medio de la naturaleza” o en “donde crece la vida campestre” pero rodeados de otros edificios; o “un derroche de lujo” o sea malgastar dinero; o “diseño y exclusividad a la altura de sus sueños” o “altura y confort” para “vivir sin límites” o “Piscina para su familia” pero llena de vecinos. Nada se dice de las bondades de la arquitectura en términos de resistencia sísmica, evacuación de emergencia, accesibilidad, sostenibilidad, climatización pasiva, o respecto por el entorno.

          Sin embargo, a diferencia del fraude en el arte, que sólo afecta a los que se dejan embaucar, aunque también a los que precisan de verdadero arte y ya no lo hallan, el de la arquitectura le llega a todo el mundo al perturbar las ciudades en varios sentidos. Como muchos animales, el ser humano requiere para vivir de aire, agua y alimento pero también cobijo y protección, y por eso buscó refugio en las cuevas; o recortó árboles en el bosque para conformar abrigos, lo que lo llevó después a su construcción con piedras y, a continuación, a la arquitectura. Y con esta conformó los espacios urbanos privados y públicos de las ciudades, sin los cuales ya no podría vivir más de la mitad de la humanidad.

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