Al
contrario de una ataxofobia lo que se da en Cali es el rechazo al orden. Como los que no respetan lo ya
construido con sus nuevos
edificios, pues inmunes a la cacofobia no sienten aversión a la fealdad, pero si leucofobia por lo que aborrecen el
blanco. O los que criticaron los
pasos pompeyanos en el CAM, el semáforo de la Calle Quinta con Carrera Sexta, y ahora los “taches” que
buscan poner orden, y como padecen
de atelofobia no tienen aversión a la imperfección y no se dan cuenta de que son los errores de diseño y
ejecución y no el propósito lo que
esta mal en dichas bienvenidas medidas. O los que se quejan de la inseguridad pero padecen de diquefobia y
de ahí su aversión a la justicia.
Igualmente
se necesitan peatones con dromofobia y que esta aversión a cruzar las calles los haga hacerlo por
las esquinas y sin correr; y
también gefirofobia para que esta aversión a cruzar puentes lleve a que no se insista en esos puentes
peatonales que los más necesitados
no los pueden usar y que tanto afean la ciudad; pero que no sufran de kinesiofobia, y no tengan aversión a
moverse por la ciudad que es como
en realidad se pueden gozar. Y autodependientes que se contagien de motorfobia y esa aversión a los
automóviles los lleve a pasarse a
las bicicletas, los que aun puedan, o a caminar más, usar el bus y los taxis y disfrutar el transportarse en
tren.
Y están no
pocos funcionarios municipales, de alcaldes para abajo, cuya gnosiofobia o si es del caso su
epistemofobia o su ideofobia, los
lleva a la aversión generalizada a los conocimientos básicos para dirigir una ciudad en tanto ciudad misma
y ciudadanos, o que sufren de
paralipofobia o hipengiofobia (que escojan cual) y eluden sus responsabilidades, porque de lo que no
sufren es de mitofobia y no tienen
aversión a las mentiras ni a los cambios, la llamada metatesiofobia, pero si polifobia por lo que
la tienen a muchas cosas,
especialmente cainofobia o sea aversión a la novedad, o cuya agorafobia les impide recorrer la ciudad y en sus
carros de vidrios oscuros se
mueven en ella como por un túnel, los que adoran.
Al mismo
tiempo muchos de los que opinan en contra de las fobias, la fobofobia, no es que sean bobos pero si
sufren de grafofobia y no escriben
lo que creen por lo que mal pueden saber lo que piensan, y siendo víctimas de la alodoxafobia, no
pueden dar opiniones y solo les
queda el bla bla, lo que los puede llevar a la amnesifobia en su miedo a perder la memoria, y por
supuesto a la anablefobia no
pudiendo investigar, lo que los lleva a la anuptafobia cuando comienzan a quedarse solos y además han
desarrollado una aritmofobia que
les impide entender al “hombre que calculaba”, o su topofobia los lleva a detestar ciertos lugares lo que
se ha vuelto un lugar común.
Lo que queda
ante tantas fobias en Cali es propiciar las filias, principiando por la biofilia para que los
caleños amen la naturaleza que
rodea la ciudad y la introduzcan mucho mas en ella, al tiempo que desarrollen una agorafilia que les lleve a
reclamar mas y mejores andenes
para poder recorrer los espacios abiertos de la ciudad, como igualmente hidrofilia y defiendan sus tan
mentados siete ríos. Y además
mucha odofilia y viajen a otras ciudades para que valoren seriamente la suya, y ya como verdaderos
urbanitas venzan la urbanofobia de
esta ciudad, logrando que sea posible una “califilia” cierta y el rechazo decidido a su desorden cívico,
urbano y arquitectónico.
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