Mucho
se ha escrito sobre el envejecimiento del ser humano, pero poco del de la
arquitectura y las ciudades, aunque sí de las invisibles, como Italo Calvino en
su libro de 1972. Por
supuesto sí se ha escrito sobre su conservación, restauración, remodelación y
reconstrucción, y hay manuales para su mantenimiento, pero muy poco sobre su
ineludible envejecimiento. Este les es tan propio como lo es a la gente, y lo
que resta es usarlo para corregir errores o no cometerlos de nuevo, y
reinterpretar las buenas soluciones. Pero siempre habría que pensar en cómo van
a envejecer los proyectos cuando se construyan, y, por ejemplo, aprovechar la pátina de los materiales naturales y de
ahí utilizarlos en lo posible.
Mantener es, primero que todo, limpiar los
edificios, en especial sus fachadas, las que
en las grandes ciudades lo necesitan más debido a la polución procedente de las
fábricas y vehículos. Pero igual es reemplazar terminados gastados o
dañados, o sustituir elementos, partes o instalaciones viejas o estropeadas, o
las que ya han servido lo suficiente por otras más nuevas y ojalá mejores.
Conservar, busca no demoler
construcciones por razones de sostenibilidad, culturales o económicas, e implica todas las operaciones para que pueda seguir funcionando adecuadamente sin necesidad de
alterar su arquitectura. Sin embargo también se puede/debe aprovechar para
mejorarla, renovándola, agregando algo nuevo o necesario, o reemplazándolo o
sencillamente eliminándolo.
Restaurar, ya es recuperar elementos deteriorados por el tiempo o el uso, o la sustitución de
los que no permiten hacerlo, dejándolos en el estado o estimación que tenían, para poder conservar sin
envejecer edificios y ciudades de interés cultural. Lo que conlleva el problema
de tener claro qué es lo que se estima, por qué, y a quiénes importa, antes de,
a veces, volverlos sólo unas momias.
Remodelar,
es adaptar los edificios para nuevos usos o mejorarlos, y así asegurar su
supervivencia, pero implica
modificar su diseño inicial sin dañar la esencia del conjunto y considerando
que sus usuarios ya serán otros. Y desde luego es toda una
aberración mantener en los cascos históricos el exterior restaurado del
edificio y modificar todo el interior, como insólitamente sigue pasando.
Reconstruir, es levantar sobre las ruinas, o de nuevo, una arquitectura no apenas un
edificio, y puede ser procedente como la del Pabellón de Barcelona y no pocas
pirámides y templos antiguos. Pero pretender hacerlo de la manera original no
es fácil y hasta imposible, y no se pasa de realizarlo a semejanza de lo que se sabe o supone de
algo ya desparecido, y que muchos dan por cierto.
Si
bien el sino de la arquitectura es el cambio, como señala Rafael Moneo (La
vida de los edificios, 1985),
su logro es su acomodo a esos cambios. Todo un dilema que, por ejemplo, deben encarar los arquitectos
encargados de poner nuevas cubiertas con paneles solares a viejos edificios sin
dañar su apariencia ni comprometer su buen envejecimiento. Una vieja techumbre es cada vez más bella pero
no una cubierta plana, y una azotea depende de su uso. Una pared encalada
envejece bien pero con pintura solo se mancha. Un suelo de mármol, granito, piedra
ladrillo, hormigón o madera es más bello que un porcelanato que pronto pasa de
moda. Los restos de la mejor arquitectura son bellos y los de la mala feos e
inútiles escombros.
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