En las artes
visuales, la música y la literatura, muchos jóvenes han sido importantes, y el
trabajo regular o malo de la mayoría solo afecta a sus autores; no así en la
arquitectura, un oficio que demanda años de experiencia y de ahí que las
grandes figuras lo fueran después de aprender de sus maestros. Pero el
verdadero problema de la arquitectura actual radica en que desordena la imagen
de las ciudades, pues cualquier cosa se puede construir con la ayuda de otros
profesionales y para clientes sin cultura pero con dinero, y que permanece
mucho tiempo a la vista ya que no se puede guardar como una novela mala, ni evitar
verla como una exposición de arte, o salirse como en una obra de teatro o una
película.
Esto poco ha afectado los centros
históricos de muchas ciudades tradicionales, que los tienen grandes,
importantes y protegidos, pero ha sido desastroso para las que han crecido
mucho y muy rápido y casi todo en ellas es nuevo, y realizado mediante los
nuevos sistemas de construcción por maestros de obra en sus sectores populares,
constructores profesionales en el resto, y arquitectos en sus edificios más
importantes, públicos y privados, a los que poco les ha importado el entorno ya
construido y solo la imagen novedosa, supuestamente moderna, de lo que hacen,
pues muchos piensan emotivamente que todo tiene que cambiar en la ciudad.
Sencillamente el problema es que las
ciudades no pueden/deben cambiar tan rápido como las generaciones ni estas aún
más que los individuos mismos. El caos social debido al crecimiento poblacional
y a los cambios sociales, originados en buena parte por aquél, llevan al caos
urbano que a su vez los retroalimenta. Y
como si fuera poco, lo único que ha sido constante en tantas ciudades como lo
es el paisaje natural en el que se encuentran y el clima, también están siendo
cambiados; y desde luego más a fondo en las que son muy especiales, como sucede
en las ciudades andinas a lado de altas cordilleras y con climas benignos y sin
estaciones.
De ahí
insistir en que la arquitectura debe ser un posgrado y que la licencia para
ejercer sea después de unos años trabajando con arquitectos y firmas de arquitectura
reconocidas. Y que los edificios más importantes, públicos o privados, deban
ser de arquitectos ganadores en concursos públicos, en los que por supuesto los
que deben demostrar su elegibilidad con estudios, experiencia y conocimientos
deben ser los miembros de sus jurados, parte de los cuales deberían ser
miembros de un ente permanente de “arquitectos de la ciudad” conformado por
representantes de la academia, los gremios y el gobierno, en la oficina de
planeación.
Así se
garantizaría la imagen urbana de las ciudades en sus nuevos sectores, sin
impedir la evolución de su arquitectura, la que en tanto arte no que no
progresa, como sí, y mucho, sus técnicas. Pero igualmente sería clave para la
conservación de los centros históricos y más aún para su recuperación, sobre
todo cuando solo resta su traza tradicional y algunos monumentos, y toca
reconstruirlos más que restaurarlos. Una labor que demanda años de viajes,
estudios y conocimientos de la arquitectura para beneficio de la ciudad, que
deberían sumar esos arquitectos de la ciudad, que en conjunto decidirían por
muchos años cómo entender su arquitectura.
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