Para principiar, no se tendrá más seguridad mientras se
siga en la nefasta situación intermedia entre un Estado que no puede
garantizarla y los pocos particulares que se encargan de la suya mediante
seguridad privada, escoltas pagados por los contribuyentes, carros blindados y
demás parafernalia, mientras que el grueso de la población está a merced de
delincuentes, que sí están armados, o que busca su seguridad armándose, cada
vez más, pero ilegalmente. La seguridad junto con la justicia, íntimamente
relacionadas, debería ser el principal deber de un Estado supuestamente
democrático, por lo que debe pasar a ser el tema central del actual debate
sobre el porte de armas.
La
ciudad en tanto artefacto, junto con lo todo que pasa en él, debería ser el
primer deber de su gobierno, supuestamente municipal, que
maneja los ciudadanos al tiempo que la ciudad, considerando en todos los casos
que son las dos caras de una misma realidad: Cali: ciudad y ciudadanos. Pero mientras no exista un correcto
diseño y construcción de los andenes, calles y vías, un generalizado uso
organizado de los mismos, a partir de un sensato y técnico código de tránsito y
el control efectivo de su cumplimiento por la Autoridad, los automóviles
matarán cada vez más gente que las guerrillas aun activas, el narcotráfico, la
delincuencia común y la violencia intrafamiliar.
Es por
eso que sin andenes decentes, es decir suficientes, amplios, llanos, sin
obstáculos, no deslizantes, arborizados y que no estén ocupados ilegalmente, el
mal comportamiento de los vehículos y peatones en las calles y vías es,
precisamente, el causante de la mayoría de los accidentes de tránsito, los que
en estas circunstancias difícilmente se podrá impedir que sigan aumentando. Por
lo demás, el circular por la ciudad no podrá volver a ser también confortable y
práctico, como lo es en tantas que lo son de verdad en muchas partes del mundo,
ni se podrá auspiciar lo lúdico y el encuentro social con los otros, asuntos
estos fundamentales para una mejor calidad de vida en ellas.
Calidad
de vida que comienza por eliminar el caos visual de las calles, el que precisamente
se podría minimizar mucho con andenes
arborizados que lo tapen, lo mismo que impidiendo las demoliciones innecesarias
y el ocultamiento del paisaje natural que rodea a la ciudad con edificios
innecesariamente altos en el piedemonte de la cordillera y la invasiva
publicidad exterior, mucha de ella además engañosa. Caos visual que muchos no
ven por tener que estar mirando por donde pueden caminar y evitando los carros
y motos, cuyos conductores a su vez solo pueden mirarlos y a los otros carros
para no chocar con ellos ni atropellar a los que cruzan las calles
“corriendito”.
Para
terminar, el ruido en la ciudad, de carros, motos, pitos, sirenas y parrandas
ruidosas, que no alegres de verdad, ensordece a muchos caleños que por lo tanto
poco escuchan todo lo que tiene que ver con todo lo anterior, ni dejan dormir
en paz a los demás, llevando a todos a una vida sin calidad en la que no se
disfruta del silencio ni del paisaje. Urge una cultura ciudadana en
formación no en deformación y a varios niveles, desde la de la comunidad hasta la
de los ciudadanos, y ya que el significado de calidad de vida es complejo,
desde la sociología, la política, la salud, la economía, pero igual desde el
urbanismo y la arquitectura. Propósitos, todos los anteriores, de ninguna manera
utópicos.
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