Casas y edificios enmarcan espacios
exteriores y conforman recintos interiores limitados por suelos, cubiertas y
cerramientos. Hasta inicios del siglo XX en Colombia, y en Iberoamérica en
general, las casas campesinas y las de los pueblos pequeños fueron de suelo de
tierra apisonada, cubierta de palma, en las tierras calientes y templadas, o de
paja, en las frías, y muros indígenas, ya fueran “embutidos” (rellenos con
tierra) o de bahareque (sólo recubiertos con tierra), con guaduas o varas de
madera “redonda” (sin aserrar) como estructura. En Cali existió una en el
Centro hasta la década de 1970, cuando la ampliación de las calles acabó con
ella, e incluso hay una en San Antonio.
La
tapia pisada, los adobes, y los ladrillos pegados y revocados con barro, de
origen hispanomusulmán, llegaron de Al
Ándalus en el siglo XVI con los conquistadores españoles, y en el XVIII,
con las reformas borbónicas que dieron un nuevo aire a las colonias,
vinculándolas más con el Imperio Español, se difundieron las tejas árabes (de
barro) y diferentes formas de ladrillo para bases de piederechos, arcadas,
atarjeas y para “enladrillar” suelos. Es decir, un sistema constructivo
determinado por un material predominante, la tierra. Es la bella y perdurable
arquitectura de los cascos viejos de nuestras ciudades y de sus primeros
ensanches.
El
punto es que en la arquitectura colonial las formas siguen un único sistema
constructivo sostenible. Por lo contrario, hoy los edificios causan,
indirectamente, más de la mitad de los gases de efecto invernadero causantes del
cambio climático. Consumen en su construcción mucha agua, energía, arena,
piedra, cemento, madera, metales y plásticos en grandes cantidades, y nada de
tierra pues ya no se usan tejas de barro. De ahí que haya que reinterpretar,
con nuevas tecnologías, nuestras sostenibles y austeras tradiciones
constructivas, y proyectar una arquitectura del lugar para el lugar, en lugar
de seguir copiando, y mal, la de países con estaciones y no en el trópico.
Usar
bloques de tierra estabilizada, creados en el CINVA en Bogotá a mediados del
siglo XX pero pronto olvidados en Colombia, aunque si se usan en otras partes.
Utilizar la tierra de las excavaciones, en lugar de botarla en cualquier parte,
para rellenar muros de bloques huecos de cemento, aumentando su inercia térmica
y acústica, y su solidez. Muros ya no de tierra sino con tierra. Son los más
indicados para zonas de alto riesgo sísmico, y en los climas del trópico
caliente o templado a lo largo del año.
Además, usar sobre ellos tierra en lugar de pinturas químicas, es más económico, y sus colores propios, del ocre al
siena, son de mejor envejecimiento que las pinturas.
El
caso es que en este país tan dependiente culturalmente, el moderno-historicismo
de principios del siglo XX (formas históricas con sistemas constructivos
modernos) y poco después la pura moda frívola de lo moderno, cambió la tierra
por cemento, y se olvidaron los acertados enjalbegados blancos, y la bellas
techumbres se cambiaron por sosas cubiertas planas y con goteras, y bajos
cielos horizontales igualmente sosos. Nuestra arquitectura regional viene de la
tierra y debería regresar a ella. Es nuestro mejor y más abundante material de
construcción. Usar tierra del sitio hace que la arquitectura lo transforme en
un lugar propio de ese sitio. Y si hay que demoler un edificio, se devuelve la
tierra a la Tierra.
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