Es el caso, hace un par de años, de una aún bella región tropical de una lamentable república bananera, donde contrataron con una gran empresa extranjera un plan para celebrar el centenario de su muy reciente pero ya enorme capital, ignorando grosera y estúpidamente a los profesionales locales, a sus varias universidades y haciéndolo a espaldas de todos sus ciudadanos, que desde luego son los que lo pagaron y los que aguantarán sus consecuencias. O casi todos, hay que aclarar, pues fue contratado por los de la industria inmobiliaria, constructores y terratenientes urbanos, de ese país del sur al que tanto mueve el narcotráfico alimentado por los hipócritas consumidores del norte y el este.
Desde luego era sólo un plan engañoso lleno de imágenes a color y muy poco texto y ningún estudio previo, pero que de ser verdad dejaría obras inconclusas pero muy rentables para ellos, sin importar su negativo impacto en esa caótica ciudad. Como es el caso del oprobio del rascacielos al lado del Castillo de San Felipe en Cartagena de indias, irónicamente llamado Proyecto Acuarela, y del que ninguno de los candidatos a la presidencia de Colombia ha dicho ni mu, pese a que se le podrá retirar a esa ciudad su condición de Patrimonio de la Humanidad, que tanto juega en el turismo del que si hablan, junto con el de los parlamentarios…pero sólo cuando es el de los contrarios.
Aterra que haya quienes creen que lo que hay
que hacer en nuestras ciudades tercermundistas es llenarlas a medias de malas
copias de la arquitectura espectáculo que estuvo de moda en Europa y Estados
Unidos, ignorando tradiciones, relieves, vegetaciones, climas y paisajes, y que
además pronto se deteriora o no funciona. Como es el caso de las obras de Santiago Calatrava y sus elevados presupuestos (que suelen incrementarse
durante su construcción, lo que redunda en beneficio del arquitecto); sus altos
costos de mantenimiento; el parecido entre las obras (es su “marca lo que
vende); sus problemas estructurales; y sus carencias funcionales. Motivos por
los cuales ha sido repetidamente demandado
Es como si se pensara que
la solución de Aguablanca en Cali sea construir rascacielos de vidrio; o que lo
mejor para Jamundí sea continuar cercándola de altos edificios desocupados,
aunque lo suficiente para generar junto con las universidades y colegios
concentrados en el sur sus problemas de movilidad, y que se piense que con otra
“burrada” se van a solucionar. O que el (mal llamado) Bulevar del Río pronto
será como los Champs Elysees de
Paris, y no se dan cuenta de que el sitio más animado y autentico del Centro es
el ahora Parque de Caicedo, de día, porque de noche lo es el Parque de El
Peñón, y lo quieran llenar de rascacielos forrados de vidrio para no se sabe qué.
Al
fin y al cabo alucinar es seducir o engañar haciendo que se tome una cosa por otra. Tal cual el
enroque de los candidatos del que se hablaba en una pasada columna ¿Ciudad? de
El País, al ignorar “…lo común a todos, como una ciudad…” que dijo Heráclito
(Sandro Palazzo, Heráclito y Parménides,
2015, p.59. Los brillantes edificios del plan mencionado arriba son como los
espejitos que los conquistadores de hace cinco siglos cambiaban por el oro de
los indígenas, sólo que ahora es en euros, aunque en verdad muchos provengan de
la venta de las drogas que ellos consumen; pero el resto es de lo que aportan
los contribuyentes. ¿Seremos así de tontos? preguntaría la bella negra Nieves.
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