Como dice Yuval Noah Harari (21 lecciones
para el siglo XXI, 2018) “cuando mil millones de personas lo
creen durante mil años, es una religión, y se nos advierte que no lo llamemos
“noticia falsa” para no herir los sentimientos de los fieles (o provocar su
ira)” (p. 259), sin embargo la verdad es que “a la gente no le gusta admitir
que es tonta” (p. 313) y actualmente la duda es una condición de la libertad” y
en consecuencia el problema es que “algunas personas no pueden soportar tanta
libertad e incertidumbre” (p. 323), aunque en Cali se debería pensar que no son
pocas sino muchas, incluyendo a los políticos, empresarios, comerciantes y
publicistas que pretenden orientar su “progreso”.
Por
eso, aunque cada vez, afortunadamente, se habla más de la destrucción de la
naturaleza (No
hay cómo parar la deforestación, Semana 29/09/2018), infortunadamente muy
poco se menciona la sobrepoblación del planeta y la de las ciudades solo se
toma como un dato estadístico. Y el que en Cali, por ejemplo, se haya pasado de
unos treinta mil habitantes a cerca de tres millones en un siglo no es una
noticia que explique la “noticia” del fracaso del que insisten en llamar
“bulevar del rio” para no herir los sentimientos de sus gestores, pese a que no
es ni puede ser tal y como titula El País (04/10/2018) es “un espacio público
que pierde su encanto por estos males:” droga,
bebida, vagos, etc.
De
nuevo hay que recordar que los griegos llamaban idiotes a los que no se ocupaban de los
asuntos públicos, sino sólo de sus intereses privados; como esos idiotas de
ahora que dejan que otros manejen los primeros al tiempo que olvidan que los
segundos tienen deberes públicos, sobre todo cuando se trata de terrenos
privados pero urbanizables o ya urbanizados. O esos atarbanes que en su
comportamiento cotidiano en las calles, ya sea en carro o moto, pero
lamentablemente también en bicicleta o caminando, no consideran a los otros; o
que alteran “sus” fachadas sin considerar que también son públicas en tanto
parte de la imagen de una calle, un barrio o la ciudad misma.
En conclusión es urgente formar nuevos
ciudadanos para el siglo XXI, para que no sean tan idiotas de continuar
creyendo que viven en verdaderas ciudades y que “cuando se trata del clima, los
países ya no son soberanos”. Y el hecho preocupante es que, como dice Harari,
hasta “hemos ido perdiendo nuestra
capacidad de prestar atención a lo que
olemos y saboreamos” (p. 111). Y ni se diga lo que muchos no ven; o, peor, lo
que no ven, o, peor aun los que prefieren no ver pues “no pueden soportar tanta
insertidumbre”. Tanta miseria, tanto mugre, pero que al mismo tiempo dicen
querer cambiarle la cara a la ciudad al mismo tiempo que niegan tanta feura que
hay en ella.
Afortunadamente la renta básica universal, RBU,
un nuevo modelo que despierta cada vez más interés, pero que en lugar de dar
dinero a la gente que consista en “que los gobiernos graven a los
multimillonarios y a las empresas que controlan los algoritmos y los robosts [y
así] los gobiernos podrían subvencionar servicios básicos universales en lugar
de salarios [educacion, atencion sanitaria, transporte y demás] es la visión
utópica del comunismo [pero] quizá todavía seríamos capaces de alcanzar el
objetivo comunista por otros medios” (p. 58). Leer a Harari puede
ayudar finalmente a lograrlo sin pervertirlo como ha sucedido, de Rusia a Cuba,
porque lo de Venezuela ya es otra cosa.
Comentarios
Publicar un comentario