Dos días antes de las elecciones había empate técnico entre el voto en blanco, 23,6%, Ortiz, 23,9%, y Ospina, 26,3%. Los que a última hora abandonaron el blanco y votaron por Ospina, Ortiz o Eder, botaron su voto, y flaco favor le hicieron a la ciudad los que insistieron en votar por Rentería o Maya. De nuevo más de la mitad de los electores, el 52%, se abstuvo, permitiendo que una minoría otra vez eligiera a su alcalde, y Cali perdió la posibilidad de nuevas elecciones con nuevos candidatos y posiblemente algunas mujeres entre ellos. Pero gano la opinión pública al duplicar el 9% del voto en blanco al 4,3% de las últimas elecciones.
El hecho es que esta protesta ciudadana, que es como hay que entender el voto en blanco en Colombia, puede ser el inicio de un cambio a fondo del sistema electoral en Colombia y por consiguiente un paso adelante para mejorar su democracia “hereditaria” y corrupta. Candidatos presentados por mínimo tres partidos y máximo cinco, campañas de propuestas y no de promesas, financiadas por los partidos y no por la empresa privada ni por candidatos/negociantes, y reelecciones seguidas de alcaldes pero no de presidentes. Y todo con miras a evolucionar hacia un sistema parlamentario y no presidencialista.
Y en el caso de los alcaldes, ahora o dentro de cuatro años, los nuevos candidatos, mujeres u hombres, deberían tener estudios, experiencias, experticia y asesores idóneos en el manejo de la ciudad y sus ciudadanos. Es equivocado creer que los múltiples y complejos asuntos de una ciudad tan poblada y tan recientemente, los pueda manejar una sola persona. Pero al mismo tiempo es preciso reducir el número de secretarías y que interactúen en un solo y definitivo consejo de planeación, y que este se guie por un plan a largo plazo para la ciudad aprobado y vigilado por el Concejo Municipal, como lo es el de un nuevo eje urbano y regional (ver la propuesta completa en Caliescribe.com).
Y un programa para la educación cívica de sus ciudadanos, urbanidad y urbanismo, para que respeten a sus conciudadanos en el espacio urbano público como igualmente en los vecindarios y edificios de apartamentos, para lo que sería de gran utilidad una policía municipal que integre a los actuales guardias de tránsito, y controle el comportamiento de los caleños en las calles y su contaminación auditiva, olfativa y visual. Y desde luego dicha policía municipal seria el complemento urgente de la Policía Nacional, cuyo pie de fuerza es muy bajo y sus objetivos otros, para mejorar la seguridad en toda el área metropolitana de la ciudad.
Pero por supuesto no faltarán los que aleguen el costo de repetir elecciones, olvidando el de los malos alcaldes, mal elegidos, que en Cali echaron a la basura el tren ligero para reemplazarlo por un MIO que, solo, no puede ser lo que se precisa para una mejor movilidad, que dejaron urbanizar los humedales del Cauca y las faldas de la cordillera, que gastaron en colegios pero no en una mejor educación, que no se ocuparon de los vergonzosos andenes de la ciudad, ni de mejorar las normas urbano arquitectónicas de un POT que no es un plan completo (vial y de usos del suelo) ni territorial pues no parte del área metropolitana, ni han hecho nada efectivo para mejorar su seguridad.
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