El atardecer es corto en Cali y se reduce a bellos
arreboles que las luces de la ciudad ya no dejan ver y toca leerlos en María
pero que, aún más bellos, ya nadie lee. Toca alejarse de la cordillera hacia el
rio Cauca y mejor hasta la otra cordillera en la que, en sus faldas, los veían
los que habitaban sus viejas casas de hacienda, como en la casa de La sierra, o
en la Aurora o la Industria, en Florida, o Garciarriba, arriba de Miranda, y
otras más. Por eso habría que disfrutar los muy bellos amaneceres, los que si
se ven muy bien aquí, pero que tantos se pierden por estar durmiendo, por lo
que no suelen soñar cosas bellas.
Ya
se ha dicho que al que madruga la naturaleza ayuda, pues emplear las casi doce
horas de luz natural todos los días del año, que haría de Cali una ciudad
única, sería de gran ayuda para evitar el cambio climático que se vino encima,
y usar la noche para dormir como dicen los andaluces; y que el día, si no para
descansar como dicen ellos, sí para hacerlo más descansados. Y la noche para
soñar sin luz artificial pues nunca es negra como si lo es para el futuro del
planeta si insistimos en usar electricidad para todo menos para los carros,
quemando combustibles de origen fósil cuya existencia es limitada y su
combustión contaminante.
Serían
doce horas que permitirían escalonar los horarios de las diferentes actividades
cotidianas que se llevan a cabo casi todos los días. Estos son de entre seis y
ocho horas diarias por lo que se podrían escalonar de dos en dos horas.
Estudiar por las mañanas, trabajar al medio día, incluyendo almuerzo y siesta
(habría que dotar de hamacas los sitios de descanso, y comerciar por las
tardes. De hecho cada vez más almacenes abren tarde o, por lo contrario, están
abiertos todo el día como los supermercados para poder ir a cualquier hora. Se
evitarían los trancones que hacen, o son la disculpa, para que con cada vez más
frecuencia se llegue tarde.
Además
los amaneceres no apenas inician el día con belleza y optimismo, si no que
permiten trabajar mejor en asuntos personales, como lo es escribir una columna
sobre los mismos. En la mitología romana, Aurora es
la deidad que personifica el amanecer, equivalente a la griega Eos. Es una mujer
encantadora que vuela a través del cielo para anunciar la llegada del sol. Sus
hermanos son el Sol y la Luna y sus cuatro hijos son los vientos del norte, del
sur, del este, y del oeste (Wikipedia). Y atardecer es cuando, por efecto de la
rotación de la
Tierra, se atraviesa el horizonte y se pasa del día a la noche. Es el ocaso, llamado
también atardecer o anochecer, y horas más tarde un nuevo
amanecer; un nuevo día.
Un nuevo
amanecer, pues todos son diferentes, e incluso se puede admirar la luna
poniéndose al Occidente, todo un bello espectáculo cuando cada 28 días está
llena y nos llena de emociones varias que permiten afrontar el día, y soñar
despiertos con un futuro que no dependa tanto de un desarrollo basado en la
obsolescencia programada, o inducida, de todo lo que nos rodea, y de un
consumismo desaforado impulsado por una propaganda cada vez más engañosa y
“noticias” prefabricadas, a las que hay que amanecerles, y aprender a disfrutar
de nuevo con nuestros amaneceres y atardeceres en lugar de sólo verlos por la
TV y en inglés.
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