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“Pensar” con el deseo. 19.11.2016


       Acertó de nuevo Allan Lichman al indicar que ganaría Donald Trump (Semana 06/11/2016) y de nuevo se equivocaron las encuestas. Mientras que el primero se basa en un sistema de predicción sustentado en la personalidad de los candidatos como en la posibilidad de que el partido de gobierno pierda el poder, y no se ha equivocado desde que lo creó en 1984, las segundas se han equivocado cuando hacen preguntas y no análisis de hechos, o simplemente no las estudian bien.
                                                                                                                                                                          Y peor cuando las preguntas son tendenciosas, como la del plebiscito pasado al revolver el anhelo de todos por la paz con la conveniencia o no del acuerdo (como se le dio la gana al Presidente), y llevan a que la gente responda con el deseo sin pensar más allá. Y lo mismo sucede cuando se le pregunta a las personas si son felices y contestan lo que desean y no lo que evidentemente piensan cuando expresan sus quejas, la mayoría de ellas con toda la razón.
                                                                                                                                                                        El deseo, anhelar que acontezca o deje de acontecer algo, obviamente no garantiza lo deseado, y confundir las dos cosas lleva a las mentiras; es decir, a manifestar lo contrario de lo que se sabe, cree o piensa, y por lo tanto a inducir a los otros a cometer un error, emitir un concepto equivocado o a producir un juicio falso, o, más grave aún, una acción desacertada y en últimas a no cumplir con lo que se debe. Como sucede permanentemente en esta ciudad tan deseada y tan poco pensada.
                                                                                                                                                                        Como tituló Caliescribe.com “por eso nos duele que Gossain nos diga la verdad” verdad que es ineludible si se trata de verdad de resolver los varios problemas de la ciudad, los que paradójicamente no son tantos como las nuevas Secretarías creadas en la reciente reforma administrativa con el propósito de solucionarlos. Y de las que no se volvió a saber nada más, como del jarillón o el Mio o del tren de cercanías o del nuevo acueducto para Cali, embelesados con las elecciones en USA y las películas que se ruedan en la ciudad.

    El problema es que los dirigentes son elegidos siempre por una minoría pues más de la mitad de los ciudadanos son 'idiotés' que no votan. Así llamaban los griegos a los que dejaban en las manos de otros los asuntos de su ciudad, lo que es inevitable en las enormes conglomeraciones actuales mas no en sus barrios tradicionales que son, o deberían ser, como las pequeñas ciudades de antes, en donde la democracia si es posible entre iguales como señalaba Friedrich Nietzsche (1844-1900) en Humano, demasiado humano, 1878.

   En estas ciudades dentro de la ciudad la falta de una verdadera autoridad local es su primer problema, ya que sin la cual es muy difícil resolver los otros inconvenientes que manifiesta la gente como su seguridad, movilidad y aseo, pues poco se preocupan por la destrucción de su patrimonio construido y natural, de su hábitat. Es decir, por las condiciones apropiadas para vivir en ese preciso lugar, mejorando su calidad de vida, y por lo que piensan de su deseo de morar allí y no en otra parte.

    Es un problema de cultura y de entender que las ciudades son su escenario, como lo señaló Lewis Mumford en 1938 en La cultura de las ciudades y, precisamente, como dice Johan Huizinga (1872-1945) “…hay que crear cultura para conservarla” (Entre las sombras, 1935, pp. 35 a 47). Y por eso es un asunto político que implica la aspiración a que los ciudadanos deseen votar a favor de su ciudad a partir de su pensamiento sobre ella, y no por lo contrario de lo que se sabe. Mas primero hay que saberlo, claro; enterarse bien.

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