Acertó de
nuevo Allan Lichman al indicar que ganaría Donald Trump (Semana 06/11/2016) y
de nuevo se equivocaron las encuestas. Mientras que el primero se basa en un
sistema de predicción sustentado en la personalidad de los candidatos como en
la posibilidad de que el partido de gobierno pierda el poder, y no se ha
equivocado desde que lo creó en 1984, las segundas se han equivocado cuando
hacen preguntas y no análisis de hechos, o simplemente no las estudian bien.
Y
peor cuando las preguntas son tendenciosas, como la del plebiscito pasado al
revolver el anhelo de todos por la paz con la conveniencia o no del acuerdo (como
se le dio la gana al Presidente), y llevan a que la gente responda con el deseo
sin pensar más allá. Y lo mismo sucede cuando se le pregunta a las personas si
son felices y contestan lo que desean y no lo que evidentemente piensan cuando
expresan sus quejas, la mayoría de ellas con toda la razón.
El
deseo, anhelar que
acontezca o deje de acontecer algo, obviamente no garantiza lo deseado, y
confundir las dos cosas lleva a las mentiras; es decir, a manifestar lo
contrario de lo que se sabe, cree o piensa, y por lo tanto a inducir a los
otros a cometer un error, emitir un concepto equivocado o a producir un juicio
falso, o, más grave aún, una acción desacertada y en últimas a no cumplir con
lo que se debe. Como sucede permanentemente en esta ciudad tan deseada y tan
poco pensada.
Como
tituló Caliescribe.com “por eso nos duele que Gossain nos diga la verdad”
verdad que es ineludible si se trata de verdad de resolver los varios problemas
de la ciudad, los que paradójicamente no son tantos como las nuevas Secretarías
creadas en la reciente reforma administrativa con el propósito de
solucionarlos. Y de las que no se volvió a saber nada más, como del jarillón o
el Mio o del tren de cercanías o del nuevo acueducto para Cali, embelesados con
las elecciones en USA y las películas que se ruedan en la ciudad.
El problema es que los
dirigentes son elegidos siempre por una minoría pues más de la mitad de los
ciudadanos son 'idiotés' que no votan. Así llamaban
los griegos a los que dejaban en las manos de otros los asuntos de su ciudad,
lo que es inevitable en las enormes conglomeraciones actuales mas no en sus
barrios tradicionales que son, o deberían ser, como las pequeñas ciudades de
antes, en donde la democracia si es posible entre iguales como señalaba Friedrich Nietzsche (1844-1900) en Humano, demasiado humano, 1878.
En
estas ciudades dentro de la ciudad la falta de una verdadera autoridad local es
su primer problema, ya que sin la cual es muy difícil resolver los otros
inconvenientes que manifiesta la gente como su seguridad, movilidad y aseo,
pues poco se preocupan por la destrucción de su patrimonio construido y
natural, de su hábitat. Es decir, por las condiciones
apropiadas para vivir en ese preciso lugar, mejorando su calidad de vida, y por
lo que piensan de su deseo de morar allí y no en otra parte.
Es
un problema de cultura y de entender que las ciudades son su escenario, como lo
señaló Lewis Mumford en 1938 en La
cultura de las ciudades y, precisamente, como dice Johan Huizinga
(1872-1945) “…hay que crear cultura para conservarla” (Entre las sombras,
1935, pp. 35 a 47). Y por eso es un asunto político que implica la aspiración a
que los ciudadanos deseen votar a favor de su ciudad a partir de su pensamiento
sobre ella, y no por lo contrario de lo
que se sabe. Mas primero hay que saberlo, claro; enterarse bien.
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