Sin
remedio hay que recordar que al menos cinco grandes peligros acechan al mundo y
por ende a las ciudades en las que, hay que repetirlo, ya viven más de la mitad
de sus siete mil millones de habitantes. Son, la sobrepoblación (ver <http://www.census.gov/popclock/>),
como no, el consumismo, la obsolescencia programada, el cambio climático, y el
terrorismo que incluye la inseguridad que se comprueba todos los días en cada
una de las páginas de los periódicos, y en la televisión a colores en vivo y en
directo.
Y
en países como Colombia, donde ya viven en las ciudades casi tres cuartas
partes de sus habitantes, a la inseguridad se suma la atarbaneria en sus
calles, la agresividad de los conductores, especialmente los motociclistas, y
la idiotez de tantos peatones. Y el irrespeto de esos propietarios e inquilinos
que hacen con lo construido en las ciudades (incluso con su patrimonio cultural
inmueble) lo que se les da la gana, como en Cali, ante la inaudita falta de
control y la corrupción de la administración, a buena hora denunciada por el
Alcalde.
La
sobrepoblación afecta a las ciudades no apenas por el volumen del incremento si
no por su rapidez, generando, como es el caso extremo de Cali, deficiencia en
los servicios públicos, escasez de agua para sus acueductos y problemas eternos
de movilidad y de mal comportamiento de sus habitantes en los espacios
públicos, incluyendo el vandalismo,
robos y atracos, afectando la calidad de vida de todos.
El
consumismo es, desde que existen, algo propio de las ciudades, ahora víctimas,
además, de la publicidad engañosa, presente por doquier, comparadas con el
campo. A lo que se suma la obsolescencia programada, incluyendo la de sus
barrios, que pasan de moda, y los edificios y casas, que no se renuevan sino
que se demuelen para construir de nuevo y así, cada vez en periodos más cortos.
Mientras en ciudades como Cali su centro se desocupa su perímetro verde se
ocupa.
Y
debería estar claro que el evidente cambio climático, generado por la
sobrepoblación, el consumo de combustibles de origen fósil y de productos no
renovables, junto con la obsolescencia programada de los mismos, está generando
eventos climáticos extremos y llevará a la subida del nivel medio del mar
desplazando numerosas poblaciones, lo que presumiblemente producirá muchos
costos y conflictos.
Finalmente,
del terrorismo, con acceso a armas y explosivos cada vez más potentes, y que
puede conducir a una nueva guerra internacional, hay que decir que es lo más inquietante
mas no lo mas importante. Lo es el infierno que pueden ser los demás a toda
hora todos los días, no quedando más que refugiarse en la lectura. “Medicina del alma” decía a la entrada de la Biblioteca de Alejandría
(Virgilio Ortega, El fascinante juego de
las palabras, 2016, p. 159) en lo que seguramente estaba de acuerdo Nicolás
Gómez Dávila.
Ayuda a entender todo lo dicho leer a Carreño:
Manual
de urbanidad y buenas maneras, 1853 o 1859, el Manual de civismo, 2014, de Camps y
Giner, La cultura de las ciudades, 1938, de Lewis Mumford, La ideología social del automóvil,
1973, de André Gorz,
Una herencia incómoda, 2014, de
Nicholas Wade, Culturas híbridas,
1990, de Néstor García-Canclini, Iniciación
a la filosofía para los no filósofos, 1967-1978,
de Louis Althusser, Entre las sombras,
1935, de Johan Huizinga, de Jared Diamond Sociedades
comparadas, 2015, y, claro, De animales a
dioses 2014, de Yubal Noah Harari.
Y novelas, como Sumisión, 2015, de
Michel Houellebecq. Como dice Jotamario
Arbelaez “hay libros para todo, para todos y para todo
momento” (El País 06/09/2016).
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