Como señala el abogado Fabio Humar (¿Se
firma la paz? El País, Cali 23/06/2016) “no nos gusta aplicar la ley”. Y ni
siquiera nos enteramos que existe, que es lo que está pasando con el patrimonio
construido de la ciudad. Como en San Antonio, desde los que pintan paisajes o
lo que sea en las fachadas, pues, independientemente de su pertinencia temática
y calidad estética, las normas indican colores planos y claros; hasta los que
sin permiso y a escondidas demuelen del todo las casas para poner parqueaderos;
pasando por los que ponen locales, oficinas o restaurantes sin la autorización
respectiva; o que circulan en contravía o se estacionan enfrente de los garajes
o generan ruido ajeno.
Si bien toda
manifestación cultural “implica una aspiración “como dijo Johan Huizinga (Entre las sombras del mañana, 1935, pp.
38 a 41) “exige imperiosamente el mantenimiento del orden y la seguridad” y agrega
que “solo en la conciencia humana, la función de cuidar se convierte en deber.” Hablando apenas un par de años
antes de la Segunda Guerra Mundial, concluye que “hay exceso de palabras
impresas o lanzadas al aire, y una casi incurable divergencia de los
pensamientos. En torno a la producción artística se ha cerrado el circulo
vicioso, dentro del cual el artista depende de la publicidad y, por tanto, de
la moda; y estas dos, a su vez, del interés comercial.”
Y, como casi todo, llega
tarde a esta ¿ciudad? tan grande y tan reciente, que insiste en no aplicar
leyes y normas permitiendo demoler lo que queda de su patrimonio construido. Se
ignora lo que representa para una mejor convivencia en compañía de otros
individuos que son afines y que comparten cosas en común. Y si bien, como dice
Huizinga (p. 67) “en la cultura moderna lo más general es hacer que otros
canten, bailen y jueguen por uno“, el
paso de la edilicia de constructores
tradicionales a la arquitectura de profesionales mal formados, fue peor:
una ciudad hecha por otros…y para otros. Como señala Huizinga “los
conocimientos mal digeridos estorban el buen juicio y la sabiduría” (p. 70).
La imagen colectiva,
que varias generaciones comparten del espacio urbano de su ciudad, constituye
una memoria que les permite identificarse con su hábitat, allanando su
convivencia y hasta su seguridad, facilitada por un control social sobre la
calle común de gentes que viven como vecinos de vieja data que se saludan y
cuidan entre si respetando la vida privada de todos, como aún sucede en barrios
tradicionales como San Antonio, donde precisamente pueden compartir imágenes y tradiciones. Es “el
conflicto entre el conocer y el existir” del que habla Huizinga (p. 89) y que
considera “punto central de la civilización”. “No cabe duda de que siempre hay
que crear cultura para conservarla” ya había dicho (p. 35).
El caso es que, como lo
señala el abogado Humar a propósito de la paz, nuestro patrimonio construido se
salvará cuando “las sanciones sean serias, sean severas a quienes incumplen las
normas […] cuando decidamos no negociar“. Cuando el Ministerio de Cultura
respete los conceptos sobre el patrimonio construido de la comarca emitidos por
el Concejo Departamental de Patrimonio Cultural del Valle del Cauca. Asunto que
como casi todo en este Estado centralista se decide en la capital,
interpretando a su manera la Ley y pasando por alto que es un país de regiones.
Urge precisar la ley 1185 de 2008
para evitar que el futuro del patrimonio local se decida en Bogotá.
Comentarios
Publicar un comentario