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El valor de lo construido. 24.09.2016


        Los Bienes inmuebles de Interés Cultural, BICs, son expresión o testimonio de la creación humana, en la medida de que representan un valor excepcional por su interés urbano, arquitectónico, histórico, religioso o técnico, que se multiplica cuando confluyen varios de ellos. Y casi siempre hay que proteger también su área de influencia, que es desde luego visual pero igualmente de usos del suelo, en una calle o un barrio, y en algunos casos toda la ciudad. Pero además dichos bienes implican una inversión de trabajo, tiempo y capital, además de consumo de energía, agua y materiales no renovables, y de ahí que sea mejor hablar de Patrimonio Construido pues implica una visión más amplia y completa.

       Para principiar, hay que partir de ver su importancia en la imagen colectiva del espacio urbano público de la ciudad, que varias generaciones comparten constituyendo parte de la base de su cultura urbana. Memoria que permite a los ciudadanos identificarse con su ciudad, allanando su convivencia en ella, la que va desde la invasión de andenes y antejardines como por las fachadas individualistas, o los usos del suelo que son molestos en áreas residenciales o el invasivo ruido ajeno, hasta la inseguridad facilitada por la ausencia de un control social sobre la calle común, actitud propia de gentes que viven juntas pero que no se comportan como vecinos de vieja data y que ni siquiera se saludan.                       
                                                                    
       Y tampoco se mira que todo lo construido, además de un patrimonio social lo es también ambiental. Que su conservación contribuye a que las ciudades sean más sostenibles pues economiza energía, agua, insumos y dinero y no genera escombros ni polvo. Pero se ha generalizado la falsa idea de que es más económico demoler todo y construir de nuevo. Es el negocio especulativo de muchos propietarios, promotores, constructores y vendedores de materiales de construcción, que procuran la obsolescencia de sus productos, para vender más, mediante el uso de propaganda engañosa en contra de lo que debería ser evidente, utilizando la moda (que aquí es la penúltima) y lo supuestamente nuevo en contra de la tradición.

        Se cuenta con leyes y normas nacionales al respecto de la protección de los BICs, y con acuerdos y saberes internacionales sobre su conservación, reforzamiento estructural y restauración. Pero preocupa su poca y débil aplicación en Cali y la carencia de recursos para hacerlo debidamente; ni hay voluntad real para intentarlo, lo que explica el presente de la ciudad. Cali perdió casi todas sus construcciones coloniales, buena parte de las llamadas republicanas, y muchas de las modernas de hace unas décadas. Se borró la presencia del pasado construido desfigurando el presente de la ciudad, comprometiendo la convivencia en ella, y enredando su futuro acelerado que solo salvan su paisaje, vegetación y clima.

       Y hablando de clima, no existe casi nada sobre lo construido en tanto sostenibilidad. Debería ser la variable más importante de la planeación territorial de una ciudad, buscando concentrarla mediante la reutilización a fondo de lo ya construido, e impedir su codiciosa e innecesaria extensión. Y en el caso de Cali, en especial hacia el río Cauca, que ya la amenaza al llegar a inundar buena parte, mientras el Centro, San Antonio y San Nicolás están desapareciendo sus casas tradicionales por las demoliciones para parqueaderos, mientras hay cada vez más los edificios abandonados en el Centro y medio desocupados en los confines de la ciudad y las calles se llenan de vehículos y trancones entre unos y otros.

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