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Más cultura. 03.12.2016


      “No cabe duda de que siempre hay que crear cultura para conservarla” dice Johan Huizinga (1872-1945, filósofo e historiador holandés) y que esta exige cierto equilibrio entre los valores espirituales y los materiales e implica una aspiración, lo que a su vez exige el mantenimiento del orden y la seguridad (la verdadera paz) y significa dominación de la naturaleza incluyendo la del ser humano la que también debe serlo, pues sólo en la conciencia humana la función de cuidar se convierte en deber (Entre las sombras, 1935, pp. 35 a 47). Asunto este, el de la cultura, en el que las universidades, que cada vez hay más, juegan un crucial papel pero que lamentablemente cada vez aportan menos a su conservación y difusión, mientras sacan al “mercado” montones de profesionales mal formados.
                                                                                                                                                                           “Las  universidades, por desgracia, venden diplomas y grados” denuncia Nuccio Ordine (1958-, profesor y filósofo italiano) y señala el descenso de los niveles de exigencia en muchos países para permitir que los estudiantes superen los exámenes con más facilidad, y evitar así el problema de los que “pierden el curso”. En algunas se los considera ya como “clientes”, y dado que la matricula en muchas es muy cara se espera que sus profesores sean sumisos por aquello de que el cliente tiene siempre tiene la razón. Así, dice Ordine, los profesores se transforman en modestos burócratas al servicio de empresas universitarias, reduciendo sus cursos a la repetición superficial de lo existente, a base de presentaciones audiovisuales y no de lecturas (La utilidad de lo inútil, 2013, pp.77 a 82). Y desde luego las áreas más afectadas son las humanidades y las artes “inútiles”.
                                                                                                                                                                          “En todas las épocas, los seres humanos han producido objetos extraños [sin] ninguna utilidad material” recuerda Louis Althusser (1918-1990, filósofo marxista argelino (Iniciación a la filosofía para los no filósofos, 1967-1978, pp. 185 a 189).; son los primeros testimonios de lo que llegaría a ser el objeto de arte y desde su origen tienen un doble carácter, eran inútiles, pero eran sociales, y por ser objetos bellos cargados de placer, y debían ser reconocidos como tales por el grupo social que veía a través de ese reconocimiento universal la esencia común de su propia unidad. La práctica estética, lejos de ser un acto puro creador de belleza, se desarrolla “bajo la influencia de relaciones sociales abstractas”, como las demás prácticas. Y ni se diga la práctica de la arquitectura, que desde hace milenios dejó las ciudades y sus monumentos.
                                                                                                                                                                           Hoy más de la mitad los miles de millones de habitantes del planeta vive en ellas y en Colombia unas tres cuartas partes. Sin embargo la gran mayoría de los monumentos de la humanidad son anteriores al siglo XIX, que dejó algunos, como la Tour Eiffel, 1887, y la Ópera de Sídney, 1973, es quizás el único de la arquitectura moderna.  Otros, como el Museo Guggenheim de Bilbao, 1997, o el de la Biodiversidad en Panamá, 2014, o muchos edificios que ahora pretenden serlo para cualquier cosa –la arquitectura moderna no lo buscó- son apenas un pobre espectáculo; el mismo Frank Gehry, su autor, lo reconoce: "98% of what gets built today is shit", y ya Rem Koolhaas lo había olido: “es lo que queda después de […] la modernización” (Espacio basura”, 2002, p.6). En Cali no es sino mirar alrededor para verlo. Pero lo urgente de lo sostenible deberá regresar la arquitectura a la cultura y que sea de nuevo bella y eficiente como la edilicia de siempre.

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