Son
aquellas indiferenciadas, que no destacan de la generalidad, que es otra de las
acepciones de la palabra anónimo que da el Diccionario de la Lengua Española,
DLE. Tal es el caso de Cali si no fuera por sus cerros y la
cordillera pues su cantado río ya casi no se puede ver y el plan verde del
valle ya está muy lejos, y su arquitectura anónima nada dice aparte de la
mediocridad de sus arquitectos ocultos. Solo se destaca en el horizonte urbano
la llamada “Torre de Cali” cuyos 45 pisos le hicieron
exclamar al famoso arquitecto suizo Mario Botta "¿pero por qué?" (Torres & "torres", El País
21/06/2001); y por pura pretensión sería la respuesta, pues lo que querían era
el edificio más alto del país.
Quedan algunos pocos barrios y unos pequeños
sectores con carácter. Como San Antonio con su capilla en lo alto Miraflores alrededor
de su verde parque; o también el conjunto blanco de la iglesia de La Merced o
la roja Torre Mudéjar, cada vez más bellas. Pero casi nadie las ve, al menos no
regularmente, y para muchos recién llegados no son parte de la imagen urbana de
“su” ciudad, ni lo son para esos cuyo “buen gusto” es apenas lo que está a la
moda, como tanto se ha repetido, o que no ven más allá de las pequeñitas
pantallas de sus celulares pues ahora, como lo subraya Umberto Eco: “Tuiteo,
luego existo” (De la estupidez a la
locura / Cómo vivir en un mundo sin rumbo, 2016, p. 39).
Y en Cali se continúa alterando su
patrimonio construido cuando no demoliéndolo, como finalmente lo ha denunciado
la Contraloría Municipal: "En la auditoría quedó claro que
Planeación no hace seguimiento para verificar las condiciones en las que se
desarrollan ciertas obras en la ciudad. Tampoco hay un control eficaz a las
curadurías ni a las licencias de construcción que estas expiden. La falta de
personal para ejercer este tipo de controles no es una excusa para dejar a un
lado el seguimiento a los procesos", afirma el Contralor Ricardo Rivera,
señalando “la falta de control por parte del Departamento Administrativo de
Planeación Municipal” (El País
13/12/2016).
Como
ya se dijo en esta columna (22/06/2013) las ciudades responden al
comercio, la industria, el trueque de conocimientos, la religión o la guerra (Pirenne).
Transforman al campesino en ciudadano, y sus deseos y necesidades vuelven un
sitio natural un lugar construido (La Blache), para vivir civilizadamente
(Ortega y Gasset). Satisfacen las necesidades de los ciudadanos pero su fin es
que vivan bien (Aristóteles) y de una manera determinada (Hobsbawm). Concentran el poder de una sociedad, son escenario y símbolo de su
cultura y con la lengua la mayor creación humana (Mumford) y la más compleja
(Waern). Un arte colectivo (Schneider) con teoría y práctica propias (Sitte,
Rykwert, Moholy-Nagy).
Autores que deberían haber leído
antes, además de otros más técnicos, todos los que pretenden ahora orientar a
Cali, pues como lo deja en claro Eco “…sería un idiota (como muchos de los que
contestan a esa pregunta) si a lo largo de mi vida un solo libro hubiera
ejercido sobre mí un influjo más definitivo que otro” (p. 53). Son solo once
libros, no es mucho pedir…aun cuando con el bajísimo nivel de lectura que hay
en el país tal vez si lo sea; y de ahí la nueva, muy poblada y muy extendida
ciudad anónima que nos tocó. La que afortunadamente salva su clima, relieve y
vegetación: su ondulado y muy bello paisaje como lo es el seductor caminar de
las caleñas, y no solo en navidad.
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