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Calidad de vida. 25.06.2016


El pertinente comentario de Juan Guillermo Zapata a una columna de Paola Gómez  (Tratados como carros viejos, El País, 14/04/2016) lo dice todo: “Por muy desesperante que sea la vida en Agua Blanca, la población no deja de crecer, haciendo imposible su absorción por el precario mercado laboral y las instituciones sociales del estado. En Colombia se prohíbe el aborto como la forma más elemental de preservar la vida humana. Pero desde el momento en que el bebé nace todo el mundo se desentiende del problema. No se trata de acabar con la vida, sólo que hay que controlar la reproducción a través de la educación sexual, sin influencia de la doctrina de las iglesias, y el consecuente uso gratis de los métodos anticonceptivos por parte de la población más desfavorecida o pobre. Si se consigue parar el crecimiento, en unos años le será más factible al Estado integrar a uno o dos hijos por pareja.”

          El caso es que ya en el mundo no hay pequeñas ciudades sino pueblos grandes, que no verdaderas ciudades, y enormes megalópolis en donde incompetentes clases políticas buscan su propio beneficio mediante la corrupción, la demagogia y el sectarismo, y en las que la policía suele ser corrupta, incompetente y abusiva. Ciudades que hoy por hoy conforman la gran mayoría de los países, en las que la democracia es cada vez más precaria, y el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, que quería Abraham Lincoln, ya no es posible.

          Por eso es urgente reducir el acelerado crecimiento poblacional y distribuirlo en ciudades más pequeñas que satisfagan las necesidades culturales, sociales y económicas de los ciudadanos y que garanticen su seguridad, tranquilidad y esparcimiento, y con ciudadanos social y económicamente más iguales y mejor educados en lo cultural, histórico y cívico. Como sucede en los países nórdicos, de ciudades pequeñas como Estocolmo, Kopenhague, Oslo, Reykjavik y Helsinki, entre menos de medio y millón y medio de habitantes, pero los primeros en el mundo en educación, economía, competitividad, derechos civiles, calidad de vida y desarrollo humano.  

          Es cierto que en el área metropolitana de Tokio viven más de 36 millones de habitantes, siendo la mayor aglomeración urbana del mundo, pero su densidad es de 14 mil personas por kilómetro cuadrado, casi dos veces más que Nueva York, o viven muy lejos de los principales centros comerciales e industriales, y pasan más de cuatro horas diarias apretujados dentro de algún medio de transporte público.

          Pero como dice Zapata: “La súper población humana y su degradación al nivel de las ratas, queda palpada en el video de Youtube (Marginalmedia, los lugares más horribles del planeta. "Dharavi", Mumbai, India)”. Por eso es tan importante ver que Cali, con casi tres millones no confesados va para Bogotá, con casi ocho, y Bogotá para Ciudad de México con casi veintiún millones en su área metropolitana. Mucha vida más de poca calidad.

          ¿Qué duda cabe entonces de que la sobrepoblación provoca un empeoramiento del entorno, disminución de la calidad de vida, y situaciones de hambre y conflicto, si no es que amenaza la vida misma? Pero lo alarmante es que muchos no tienen dudas al respecto, y no piensan en el futuro de sus hijos y menos en el de sus nietos. Hace ya casi medio siglo el Club de Roma lo anunció (D. H. Meadows y otros, Los límites del crecimiento, 1972), y se hablaba de explosión demográfica cuando éramos 3.850 millones, y ya vamos en más de 7.331millones (<http://www.census.gov/popclock/>) casi el doble.

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