Basta con mencionar esos “conjuntos” de apartamentos en medio de
la “naturaleza” o por lo contrario “oasis” en medio de la “ciudad” que ofrecen
todos los días. Prometen “vistas espectaculares” como si ver al frente otro
edifico igual de soso lo fuera.
Y hablan de “desarrollo”, “progreso” y “modernidad” una trinidad
poco santa, y hasta prometen una “nueva” vida. Todo para vender el mismo apartamento de un piso
pues sus diferencias sólo radican en sus metros cuadrados y sus terminados de
imitación, y por ende en su costo que no valor.
Lo que no se entiende es por
qué el común de la gente no habría de disfrutar de esas disneylandias si el
sentir popular es que hay que gozar de lo falso, lo mentiroso, del engaño sin
arte. Decir o construir falsedades es mucho más divertido que ser el
aguafiestas de gran parte o de lo que hoy se “vende” por ser “arquitectura”, pero no pasa de ser sólo
espectáculo como lo llama Mario Vargas Llosa (La civilización del espectáculo, 2012). Debe ser que buena parte de la humanidad
también es así, inauténtica, imitativa a la manera china, fanática de lo
aterrador, lo chiflado o lo novedoso porque sí.
Hace casi un siglo don José
Ortega y Gasset se burlaba de los andaluces señalando que Sevilla se estaba
llenando, hacia los años 20 del siglo XX de "sevillanerías"
construidas, de modo que las "denuncias" sobre inautenticidad o falsa
antigüedad no son de hoy ni de aquí. El hecho es que Barri Gòtic de Barcelona, como el de Santa Cruz, en Sevilla,
son apenas dos de los “cuentos” culturales de nuestro tiempo. ¿No le decían algunos parisienses criticones “La Cathèdrale de Saint Viollet (le Duc )” a Nuestra
Señora de París? Nos recuerda el
arquitecto Germán Téllez.
Pero infortunadamente aquí muchos, que se creen ricos sólo porque
tienen mucho dinero, que aun van a toros para que los vean, que no se bajan de
sus enormes carros desocupados, que caminan sólo en el Spa de moda, que creen que los restaurante son buenos si tienen
aire acondicionado y vinos caros, y que están en contra de la legalización de
las drogas porque se les dañaría el negocio, guardan sus ganancias en
apartamentos que permanecen desocupados.
Hay que repetir lo que dice
Yubal Noah Harari sobre los mitos en
su breve pero novedosa historia de la humanidad, “que sólo existen en la imaginación colectiva de la gente. “ (De animales a dioses, 2013, p. 41). Aquí es el mito de lo “moderno” que en
arquitectura casi nunca pasó de las meras formas y nuevos terminados como del
abuso del vidrio. Y concluye: “Si la
felicidad viene determinada por las expectativas, entonces dos pilares de
nuestra sociedad (los medios de comunicación y la industria publicitaria)
pueden estar vaciando, sin saberlo, los depósitos de satisfacción del planeta”.
(p.4 21).
Únicamente el paso de los años permite que se formen tradiciones
que atemperen el gusto colectivo, y que sirvan de base para que los auténticos
talentos creen verdadero arte. Sin tiempo y tradiciones --y sin critica-- solo
es posible la improvisación, el mal gusto, y el despropósito que pasa por
innovación, o la nostalgia del ayer histórico, al que nada puede satisfacer con
tanta facilidad como el kitsch, como lo ha señalado Hermann Broch (Poesía e investigación, 1974). El “narco
kitsh” se podría precisar, aclarando que no es exclusivo de los “narcos”.
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