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Puro cuento. 12.09.2015


    Basta con mencionar esos “conjuntos” de apartamentos en medio de la “naturaleza” o por lo contrario “oasis” en medio de la “ciudad” que ofrecen todos los días. Prometen “vistas espectaculares” como si ver al frente otro edifico igual de soso lo fuera.

     Y hablan de “desarrollo”, “progreso” y “modernidad” una trinidad poco santa, y hasta prometen una “nueva” vida. Todo para vender el mismo apartamento de un piso pues sus diferencias sólo radican en sus metros cuadrados y sus terminados de imitación, y por ende en su costo que no valor.

      Lo que no se entiende es por qué el común de la gente no habría de disfrutar de esas disneylandias si el sentir popular es que hay que gozar de lo falso, lo mentiroso, del engaño sin arte. Decir o construir falsedades es mucho más divertido que ser el aguafiestas de gran parte o de lo que hoy se “vende” por ser  “arquitectura”, pero no pasa de ser sólo espectáculo como lo llama Mario Vargas Llosa (La civilización del espectáculo, 2012). Debe ser que buena parte de la humanidad también es así, inauténtica, imitativa a la manera china, fanática de lo aterrador, lo chiflado o lo novedoso porque sí.

      Hace casi un siglo don José Ortega y Gasset se burlaba de los andaluces señalando que Sevilla se estaba llenando, hacia los años 20 del siglo XX de "sevillanerías" construidas, de modo que las "denuncias" sobre inautenticidad o falsa antigüedad no son de hoy ni de aquí. El hecho es que Barri Gòtic de Barcelona, como el de Santa Cruz, en Sevilla, son apenas dos de los “cuentos” culturales de nuestro tiempo. ¿No le decían algunos parisienses criticones  “La Cathèdrale de Saint Viollet (le Duc )” a Nuestra Señora de París?  Nos recuerda el arquitecto Germán Téllez.

     Pero infortunadamente aquí muchos, que se creen ricos sólo porque tienen mucho dinero, que aun van a toros para que los vean, que no se bajan de sus enormes carros desocupados, que caminan sólo en el Spa de moda, que creen que los restaurante son buenos si tienen aire acondicionado y vinos caros, y que están en contra de la legalización de las drogas porque se les dañaría el negocio, guardan sus ganancias en apartamentos que permanecen desocupados.

     Hay que repetir lo que dice Yubal Noah Harari sobre los mitos en su breve pero novedosa historia de la humanidad, “que sólo existen en la imaginación colectiva de la gente. “ (De animales a dioses, 2013, p. 41). Aquí es el mito de lo “moderno” que en arquitectura casi nunca pasó de las meras formas y nuevos terminados como del abuso del vidrio. Y concluye: “Si la felicidad viene determinada por las expectativas, entonces dos pilares de nuestra sociedad (los medios de comunicación y la industria publicitaria) pueden estar vaciando, sin saberlo, los depósitos de satisfacción del planeta”. (p.4 21).

   Únicamente el paso de los años permite que se formen tradiciones que atemperen el gusto colectivo, y que sirvan de base para que los auténticos talentos creen verdadero arte. Sin tiempo y tradiciones --y sin critica-- solo es posible la im­provisación, el mal gusto, y el despropó­sito que pasa por innovación, o la nostalgia del ayer histórico, al que nada puede satisfacer con tanta facilidad como el kitsch, como lo ha señalado Hermann Broch (Poesía e investigación, 1974). El “narco kitsh” se podría precisar, aclarando que no es exclusivo de los “narcos”.

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