Del latín “norma”, que quiere decir escuadra, es la
regla que se debe seguir o a que se deben ajustar las conductas, tareas,
actividades, etc., dirigida a la ordenación del comportamiento humano,
prescrita por una autoridad y que generalmente impone deberes y confiere
derechos, y cuyo incumplimiento puede llevar a una sanción. Y que son para el
beneficio de todos, es decir para su convivencia, se supone: para poder vivir
en compañía de otros. De ahí que el derecho de uno termina donde comienza el de
los demás.
Mas en este
país y sobre todo en esta ciudad, muchos se contentan con que parezca que se
cumple la norma, para evitar multas o demandas, más se olvidad de que realmente
beneficien a los que se supone que deben favorecer. O son tan enredadas que se
vuelven interpretables generando corrupción, la punto de que pareciera que aquí
ninguna buena acción queda impune, como lo recuerda uno de los personajes de La
forma de las ruinas, 2015, la última novela de Juan Gabriel Vásquez.
Cali, por
ejemplo, ha cumplido con la norma que le indica que tiene que actualizar su
plan de ordenamiento territorial, POT, pero a nadie parece importarle que no se
pueda aplicar en cerca de una tercera parte de la ciudad pues está en otros
municipios con sus respectivos POT. Pero tampoco que cerca de otra tercera
parte tampoco se pueda aplicar pues está en el piedemonte y las normas sobre
construcción del POT fueron “pensadas” sólo para lotes planos, por lo que las
que se refieren a altura mínimas simplemente no operan obligando a hacer trampa
para poder construir, lo que ha llevado a la “norma” de que se hacen unos
planos para las Curadurías Urbanas y otro para la construcción.
Pero lo más
grave es que lo mismo se hace con los proyectos técnicos que se presentan y
cuyo cumplimiento rara vez se verifica posteriormente, y que en el caso de los
diseños estructurales solo se sabe que no se cumplió con las normas cuando el
edificio colapsa. Y eso, pues tiene que ser grande y causar muertes para que se
le pareen bolas. Como es el caso del edificio de Medellín del que no se volvió
a saber nada del talentoso ingeniero dedicado a minimizar las exigencias de las
normas, con mucha técnica pero tal vez con poca ética, pues con mucha
frecuencia son exageradas, contradictorias o ambiguas.
Otro ejemplo
son las “muelas” que quedaron a la vista en las ciudades colombianas desde
cuando a inicios del siglo XX se comenzó
a aplicar la norma de retroceder los paramentos para ampliar las calles. No se benefició
a nadie pero en cambio se perjudico a todos a volver irremediablemente feas las
calles al romper su regularidad en paramento y alturas, pues las nuevas
construcciones siempre son más altas, que es lo que le da su particular belleza
a cualquier calle en cualquier ciudad y no la sumatoria de la belleza de cada
uno de los edificios que las conforman, ni siquiera en París.
Así
las cosas, en este país las normas han vuelto caóticas las ciudades y el
comportamiento de los ciudadanos en ellas, pues tratándose de su movilidad (que
no la de las ciudades, pues hasta en eso la norma arranca mal) la falta de
normas claras, contundentes y cumplibles
es lo existente. Circular por la derecha es un decir, parar en los pares para
que, seguir los carriles un imposible y como lo es que los peatones caminen por
los andenes pues los carros se estacionan en ellos y además suelen se
estrechos, irregulares y con huecos y obstáculos varios.
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