El tener algo por cierto, juzgando u obrando
desacertadamente, que es como en primer lugar define el DRAE la palabra
“equivoco”, es algo recurrente en Cali. Por ejemplo, pensar que apenas cuenta
con dos y medio millones de caleños, que sólo se asienta en el Municipio de
Cali, que necesita extenderse más, que el MIO puede ser su único sistema de
transporte, o que hay que ampliar las vías y hacer puentes; “puentemanía” de
vieja data en donde los peatones se
equivocan al creer que los puentes peatonales son para ellos y no para
los carros.
Sin embargo, lo que no se tiene por
cierto es que hay que hacerle andenes a Cali para que sus habitantes, la gran
mayoría de los cuales no son caleños y que en realidad suman cerca de tres
millones, puedan caminar por la ciudad real, no la que insólitamente aparece en
los mapas de Planeación Municipal, ya que en realidad se asienta también en los
municipios vecinos, completando cinco en total, y llegar a los puntos en donde
puedan acceder a un sistema público e integrado de transporte que incluya desde
bicicletas, taxis y buses hasta el tren de cercanías.
Tampoco se entiende que en lugar de
ampliar la vía procedente es eliminar sus muchos “cuellos de botella” y darles
continuidad de principio a fin a las que discurren entre la cordillera y el rio
Cauca como a las transversales que las unen. Que ya que no es posible que
recuperen el eficaz trazado ortogonal de la ciudad colonial, sí que tengan una
“continuidad ortogonal” Norte-Sur y Este-Oeste. Principiando por el corredor
férreo que debería ser, hay que insistir, el eje vial principal multimodal del
área metropolitana de Cali, sobre el que se debería localizar el equipamiento
urbano.
Por lo demás, reducir las vías a su número
real de carriles permitiría ampliar muchos andenes, pues otra verdad es que
esta es una ciudad llena de “muelas” resultado de esa ingenuidad colombiana de
creer que las calles se ampliarían simplemente retrasando la línea de
paramento. Andenes amplios cuya arborización recuperaría la belleza que Cali
tenía antes de los VI Juegos Panamericanos, pues los árboles son sin duda más
bellos que muchos de los edificios que hay detrás. Y mucho mejor si son
sembrados regularmente y de la misma especie, como en las ciudades europeas,
dejando su gran variedad local para los parques y zonas verdes.
Y por supuesto lo que hay que hacer en
lugar de extender más la ciudad es densificarla, construyendo en los muchos
lotes vacíos que hay, incluso en pleno centro, y fomentar la remodelación de
las construcciones existentes en lugar de construir edificios en la periferia,
y menos aún en la ladera, en la que habría que hacer parques-reservorios en
cada uno de los ríos que la cruzan. Pero sobre todo lograr que las que crezcan
sean las ciudades vecinas, y Palmira en primer lugar. Y qué bueno que se pasará
la capital del Departamento a Buga donde ya está El Milagroso, pues un milagro
es lo que necesita Cali.
Pero lo más sorprendente de los
equívocos mencionados (hay muchos más) es que no se trata de cosas que se
parecen mucho entre sí, la segunda acepción que da el DRAE a “equívoco”, sino
que son muy diferentes. Como que habitar en Cali o ser caleño no significa lo
mismo, diferencia a la que ha contribuido la destrucción sistemática de su
patrimonio construido desde los Juegos Panamericanos, eliminando esos hitos
urbano arquitectónicos que hacen que los habitantes de una ciudad se
identifiquen con ella por generaciones.
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