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Demoliciones. 20.02.2016


Las singulares e imponentes torres de Bolonia fueron levantadas, tal parece, como símbolo de poder, en los siglos XII y XIII. Después muchas fueron demolidas y algunas se derrumbaron, o fueron utilizadas como cárceles, comercios o lugares de estancia. Y las torres Artenisi y Ricardonna fueron demolidas en 1917 en aras de una nueva planificación urbanística de la ciudad. En total, quedan 21 torres en Bolonia, y las más famosas que aún continúan en pie son la torre Asinelli, la más alta, con 97,6 metros, y la Garisenda. Esta última, citada por Dante en La divina Comedia, 1472, medía unos 60 metros pero en el siglo XIV fue recortada pues el terreno estaba cediendo en su base, y hoy tiene 48.

Por su parte, el Hotel Internacional, de 5.000 metros cuadrados, que se construyó en el tiempo récord de 53 días para la Exposición Universal de 1888 de Barcelona, era uno de los edificios que el arquitecto Luis Domenech i Montaner (Barcelona 1850 -1923) diseñó para ese evento. Se concibió como una instalación temporal para acoger a los visitantes de la exposición y se derribó una vez terminado el certamen. Lo mismo que el Pabellón de Alemania en la Exposición Internacional de 1929, de Ludwig Mies van der  Rohe (Aquisgrán 1886-1969 Chicago) pero que fue fielmente reconstruido en 1986 (con su venia) pues ya era considerado uno de los más importantes paradigmas de la Arquitectura Moderna. 

Los edificios históricos también son demolidos por el fundamentalismo religioso. Como los enormes Budas de pie tallados en la roca del siglo IV o V, en el valle de Bamiyán que, salvados cuando Mahmud de Ġaznī conquistó Afganistán en el siglo XII, finalmente fueron demolidos en 2001 por los Talibán. O las Torres Gemelas de Nueva York destruidas ese mismo año por la Al Qaeda de Osama bin laden. O los templos y tumbas antiguas en Palmira, Siria, destruidos en 2015 por el extremista Estado Islámico (EI). O los templos mayas, aztecas o incas que destruyeron los conquistadores del Nuevo Mundo siguiendo la directiva de la Corona Española de instruir a los aborígenes en la Santa Fe Católica.

La amenaza de ruina también ha sido la razón –o la disculpa, muchas veces- para demoler hitos arquitectónicos, como se hizo, provocándola artificialmente, las más de las veces en Cartagena de Indias (removiendo las tejas de las cumbreras de sus techos) cuando se supo que sería declarada Patrimonio de la Humanidad, lo que sucedió en 1984, y antes de que se percataran allá de las enormes posibilidades económicas de la renovación de sus viejas casas, la que ya se había iniciado poco después de ser declarada la ciudad Patrimonio Nacional de Colombia en 1959. Actualmente el valor comercial del metro cuadrado construido en su centro histórico es allí con mucho el más alto del país.

          Pero en Cali, como se ha insistido tanto en esta columna, sus monumentos los demuele la (in) cultura. A sus nuevos habitantes no les interesan las tradiciones de la ciudad pues la mayoría no tiene raíces aquí o son insensibles a lo urbano arquitectónico e ignoran su importancia social. Y, por otro lado, la falta de conciencia en los políticos y empresarios del valor económico y cultural del patrimonio construido es abrumadora. Su centro histórico, formado a lo largo de más de cuatro siglos, fue destruido a partir de los VI Juegos Panamericanos de 1971 para levantar las "torres" con las que se escenificó el supuesto progreso y modernización de la ciudad, de los que no se puede hablar muy bien.

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