Las singulares e imponentes torres de Bolonia fueron levantadas, tal
parece, como símbolo de poder, en los siglos XII y XIII. Después muchas
fueron demolidas y algunas se derrumbaron, o fueron utilizadas como cárceles,
comercios o lugares de estancia. Y las torres Artenisi y Ricardonna fueron
demolidas en 1917
en aras de una nueva planificación urbanística de la ciudad. En total,
quedan 21 torres en Bolonia, y las más famosas que aún continúan en pie son la torre Asinelli, la más alta,
con 97,6 metros,
y la Garisenda. Esta última, citada por Dante en La divina Comedia, 1472, medía unos 60
metros pero en el siglo XIV fue recortada pues el
terreno estaba cediendo en su base, y hoy tiene 48.
Por su parte, el Hotel Internacional, de 5.000 metros cuadrados,
que se construyó en el tiempo récord de 53 días para la Exposición
Universal de 1888 de Barcelona, era uno de los
edificios que el arquitecto Luis Domenech i Montaner
(Barcelona 1850 -1923) diseñó para ese
evento. Se concibió como una instalación temporal para acoger a los visitantes
de la exposición y se derribó una vez terminado el certamen. Lo mismo que el
Pabellón de Alemania en la Exposición Internacional de 1929, de Ludwig Mies van
der Rohe (Aquisgrán 1886-1969 Chicago) pero
que fue fielmente reconstruido en 1986 (con su venia) pues ya era considerado
uno de los más importantes paradigmas de la Arquitectura Moderna.
Los edificios históricos
también son demolidos por el fundamentalismo religioso. Como los enormes Budas
de pie tallados en la roca del siglo IV o V, en el valle de Bamiyán que, salvados cuando Mahmud de Ġaznī conquistó Afganistán en el siglo XII, finalmente fueron demolidos en 2001 por los Talibán. O las Torres Gemelas de Nueva York destruidas ese mismo
año por la Al Qaeda de Osama bin laden. O los templos y tumbas antiguas en Palmira, Siria, destruidos en 2015 por
el extremista Estado Islámico (EI). O los templos mayas, aztecas o incas que
destruyeron los conquistadores del Nuevo Mundo siguiendo la directiva de la
Corona Española de instruir a los aborígenes en la Santa Fe Católica.
La amenaza de ruina también ha sido la razón –o la
disculpa, muchas veces- para demoler hitos arquitectónicos, como se hizo, provocándola
artificialmente, las más de las veces en Cartagena de Indias (removiendo las
tejas de las cumbreras de sus techos) cuando se supo que sería declarada Patrimonio
de la Humanidad, lo que sucedió en 1984, y antes de que se percataran allá de
las enormes posibilidades económicas de la renovación de sus viejas casas, la
que ya se había iniciado poco después de ser declarada la ciudad Patrimonio
Nacional de Colombia en 1959. Actualmente el valor comercial del metro cuadrado
construido en su centro histórico es allí con mucho el más alto del país.
Pero en Cali, como se ha insistido tanto en esta columna, sus
monumentos los demuele la (in) cultura. A sus nuevos habitantes no les interesan
las tradiciones de la ciudad pues la mayoría no tiene raíces aquí o son
insensibles a lo urbano arquitectónico e ignoran su importancia social. Y, por
otro lado, la falta de conciencia en los políticos y empresarios del valor
económico y cultural del patrimonio construido es abrumadora. Su centro
histórico, formado a lo largo de más de cuatro siglos, fue destruido a partir
de los VI Juegos Panamericanos de 1971 para levantar las "torres" con
las que se escenificó el supuesto progreso y modernización de la ciudad, de los
que no se puede hablar muy bien.
Comentarios
Publicar un comentario