Igual que la música, o un
poema, la arquitectura se compone para ser interpretada en el tiempo, pero si
bien una partitura no se compone para ser tocada al revés e incluso habría
dificultades para hacerlo, los edificios se recorren entrando y saliendo y una
vez adentro se sube o se baja, se va para un lado y el otro, o sea que son una
sola composición pero con múltiples “interpretaciones”; y muchas de ellas
apenas recorriéndolas con la mirada.
Además, como la escultura, la
arquitectura se compone en el espacio, por lo que tiene un frente y un atrás,
un costado y el otro y depende desde que punto se la mire. Mas a diferencia de
la escultura, en la arquitectura se entra a sus propios espacios interiores, y
no es una redundancia, y se sale de ellos para pasar a otros y finalmente salir
a la calle, la avenida, la plaza o el parque desde donde se ha entrado, o a
otro espacio urbano distinto.
Como la pintura, la
arquitectura se compone en un plano, pero mientras en la pintura dicho plano ya
es el de la pintura misma, en la arquitectura es apenas su representación como
un dibujo, pero con la gran dificulta de que lo que se está componiendo es algo
muy distinto pues está en el espacio y para ser recorrido de diversas maneras
en el tiempo.
Y no hay que olvidar que la arquitectura no sólo se ve si no que
se escuchan sus ecos y resonancias, como igualmente los sonidos y ruidos de sus
ocupante, incluyendo la música que interpretan o apenas escuchan, y los de la
naturaleza que la rodea o está en sus patios, jardines y solares. Amén de que
se toca con las manos y se siente con los pies, y que huele.
En conclusión, la arquitectura se compone formando de muchas cosas
una, juntándolas con cierto modo y orden (el arte) para que produzcan diversas
emociones estéticas diferentes y sucesivas, sin comprometer su construcción y
posterior seguridad, uso, reforma, remodelación y reciclaje final (la técnica),
pues no sólo se la ve y escucha sino que se habita en ella de día y de noche,
en invierno como en verano, bajo la nieve, la lluvia o el sol.
Todo según una geografía e historia y buscando el acuerdo entre clima, paisaje
y tradición del que habló Le Corbusier para una casa en el norte de África (W. Boesiger, Oeuvre
complete 1938-46, 1955), sin duda un mejor
paradigma para la arquitectura en el trópico cálido y templado que su Villa
Savoye; y además considerando su marcado relieve de costas, llanuras, valles y
montañas.
Lo viejo y lo nuevo, volúmenes y espacios, pasajes y estancias, se
superponen, unen o suceden unos a otros, en transparencias y reflejos, de día o
de noche, en la lluvia o el viento, produciendo con el agua que murmura y da
frescura y placidez y los pájaros que cantan, esas sensaciones, evocaciones,
encantos y asombros que bien reclamaba Luis Barragán (Pritzker, 1979).
Todo a lo largo de los diferentes recorridos que permiten entrar,
usar y salir de los edificios; y mirar y admirar sus volúmenes y espacios. En
dichos recorridos, más que en los sitios de permanencia, estriban las
posibilidades de que la arquitectura emocione a los usuarios como a los
visitantes de los edificios. Y por supuesto lo mismo sucede en todos los
espacios urbanos, tanto públicos como privados, con los que además interactúa.
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