Deberíamos desear
una ciudad silenciosa
como Ginebra pero alegre como Rio de Janeiro o la Habana, bella como París pero
significativa para nosotros como México D. F. o Quito, y muy estimulante como
Nueva York o incluso solo interesante como Caracas o Panamá. Silenciosa como
Popayán, alegre como Barranquilla, bella como Cartagena, estimulante como
Medellín e interesante como Bogotá. Pero por supuesto lo que deberíamos querer
es lo mejor de Cali: potenciar lo que tiene de atrayente, como sus ríos y
cerros, de inspiradora, como su Torre Mudéjar, La merced y la capilla de San
Antonio, de reveladora como su vegetación, de hermosa como su paisaje andino de
valle y montaña, de entretenida, que lo puede ser mucho más, y de tranquila
como lo fue antes y reclamamos ahora que nos preocupa tanto su inseguridad.
Una buena ciudad es ahora indispensable
para poder tener una buena vida, incluso para la vida misma, pues sin ellas no
cabemos en el único planeta que tenemos. Ya somos siete mil millones en él, hay
que recordarlo. Pronto seremos cincuenta millones los colombianos en el mismo
millón largo de kilómetros cuadrados. Es decir, apenas dos hectáreas por cada
uno. Y pronto seremos tres millones en Cali pero la mayoría aún no sabe en qué
consiste una buena ciudad, y ni ellos ni sus padres ni mucho menos sus abuelos
conocieron y ni siquiera saben algo de cuando Cali era una mejor ciudad casi un
siglo antes. Tenemos que explicárselo todo a todos los días: cómo era en la
primera mitad del siglo XX, antes y después de los Juegos Panamericanos de 1971
y, por supuesto, cómo es de verdad ahora.
No hay una segunda oportunidad sobre la
tierra: deberíamos querer una buena ciudad aquí y ahora. Tenerla se volvió
prioritario, y por eso mucha gente se autoexilia buscándola cuando no puede
mejorar la propia o no sabe cómo. Probablemente no hay familia viviendo en Cali
que no tenga uno o varios miembros o conocidos viviendo en otra parte, en
Colombia o en el exterior. Pero si partir es morir un poco, quedarse no pude
ser vivir apenas. Y autoexiliarse hacia adentro, refugiándose en la casa propia
en los suburbios, en el conjunto cerrado, en los centros comerciales o en el
club para el fin de semana, es una forma de autismo urbano: un repliegue patológico de la vida en la ciudad
sobre la vivienda misma, el suburbio, el conjunto cerrado, el centro comercial
y el club, todos seudo buenas ciudades.
Sólo tenemos una vida y una ciudad, en
la que vivimos, pero en Cali la mayoría desconoce en qué consiste una buena
ciudad y no valoramos suficiente lo que aún tenemos de bueno en la nuestra, que
es de pronto mucho más de los que
solemos pensar, pero menos de los que nos quieren hacer creer, lo que es no
apenas paradójico sino preocupante. Por eso es tan importante conocer ciudades
y desde luego mejor si son buenas ciudades; pero comportándonos como viajeros y
no apenas como turistas para poderlo descubrir. Documentándonos y estudiándolas
comparativamente con la nuestra y entre ellas, para que al regreso, que es lo
mejor de los viajes, como repetía Don Agustín Nieto Caballero, fundador del
Gimnasio Moderno de Bogotá, quien viajaba mucho, podamos mejorar nuestra ciudad
y nuestra vida en ella, o al menos vivir en el intento.
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