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Lo correctamente novedoso. 28.07.2011

   Las formas de las nuevas construcciones de una ciudad no lo deben ser a costa de su imagen tradicional. Por lo contrario, se deben sumar, enriqueciéndolo, a su patrimonio construido, nutriendo la memoria colectiva, lo que fortalece la identidad de los ciudadanos con ella al permitirles compartir recuerdos, independientemente de sus diferentes procedencias, generaciones y estatus socio económico. Hay que actualizar las ciudades, por supuesto, pero sin tratar de suplantarlas, lo que además es imposible pues habría que demoler todo, por lo que el resultado cuando se trata ingenuamente de ser novedoso es el caos urbano. Como el que vivimos en Cali cada vez más. Otra cosa es que no queramos o no sepamos verlo o no nos importen sus consecuencias sociales. Incluyendo la seguridad que tanto nos preocupa.
         
   Además, en lo construido se ha invertido dinero, trabajo, materiales, agua y energía, que hay que reaprovechar para beneficio de todos, en lugar de volverlo escombros, desperdicios, basuras y contaminación, para beneficio sólo de los especuladores del suelo urbano y los promotores del negocio inmobiliario. Las ciudades se construyen, no se destruyen, como viene pasando ya va para un siglo en Cali. Solo se debería permitir la demolición  de lo ya construido en los pocos casos en que sea totalmente necesario y comprobado, y socializado previamente con la comunidad, con suficiente tiempo e información (la de las “megaobras” fue francamente vergonzosa), y finalmente aceptado por la ciudadanía mediante un plebiscito escalonado, primero a nivel de barrio, después de comuna y finamente en toda la ciudad.

      Una ciudad no puede ser objeto de la obsolescencia programada de sus construcciones, las que casi siempre se pueden actualizar, ni mucho menos de la desaparición de sus edificios representativos, como increíblemente pasa en Cali, que por lo demás nunca tuvo grandes monumentos. Aquí demolimos todo el conjunto de San Agustín, el Palacio de San Francisco, el Hotel Alférez Real, el Cuartel de Batallón Pichincha, y el viejo Club Colombia, para nombrar apenas los más prominentes. Es más, en el caso del Palacio de San Francisco y del Cuartel, estos edificios hubieran perfectamente podido permanecer junto a las nuevas construcciones, dándoles pertenecía y belleza. Pero lo que se pretendía era “modernizar” la ciudad desapareciendo lo “viejo” y no solamente construyendo lo “nuevo”, lo que en varios casos n siquiera se hizo.

       Por eso es muy significativo para Cali que, al parecer, se va a salvar el Colegio de la Sagrada Familia en el barrio El Peñón, abandonado hace años, pese a que, lamentablemente, la remodelación propuesta no es tan correcta como era de esperar ni tan novedosa como pretenden, apenas es pretenciosa. Pero desafortunadamente no existe ningún proyecto para el Colegio de Santa Librada, lo que es muy preocupante por la importancia creciente que su espacio verde está cobrando en la ciudad sin que nadie se dé por enterado. Por lo contrario, renovar el Estadio Pascual Guerrero fue un error, aparte de que se quedó sin terminar, pues su presencia en ese sitio de la ciudad compromete la tranquilidad de los barrios vecinos. Se tendría que haber reciclado para otros usos, conservando, eso sí, su imagen tradicional.

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